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Preparémonos para la próxima pandemia

Oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca, pero aún no es el fin” (Matt. 24:6).


¡Ya se nos lo advirtió! A pesar de las advertencias bíblicas sobre las pestilencias del tiempo del fin y otras calamidades, la fragilidad inherente de nuestro planeta quedó expuesta por medio de los trastornos a incluso las naciones más afluentes y avanzadas desde el punto de vista tecnológico por un agente infeccioso invisible. El COVID-19, la primera pandemia del siglo XXI, ha puesto al descubierto vulnerabilidades globales en múltiples niveles.

¿Tomados por sorpresa?

A pesar de la alarma que habían dado científicos y profetas, pocos de nosotros estábamos listos para la devastación mundial de 2020. Dado que Dios nos ama, él nos dio una advertencia: información por anticipado para que compartamos con un mundo moribundo, para que todos podamos escapar del sufrimiento y la angustia innecesarios en preparación para el regreso de Cristo.

Ahora, esto significa que hay malas y buenas noticias. ¿Las malas? Más enfermedades, más frecuentes y más mortales: se aproximan pandemias y eventos catastróficos. ¿Las buenas? No necesitamos temer; Dios nos ha dado un “plan de escape” que tenemos que compartir con el mundo.

Los impresionantes números de personas contagiadas, los números crecientes de enfermedades persistentes posteriores al contagio, y las muertes locales y globales en aumento continúan asolándonos en 2021. Los gobiernos, las organizaciones sin fines de lucro, las comunidades médicas, de salud pública y científica, como así también las industrias de todo tipo, han tenido que hacer frente a este virus y las respuestas globales a él. Las comunidades de fe y grupos religiosos no se han salvado de la angustia, la incertidumbre y las restricciones. Las respuestas fueron lentas, vacilantes, inadecuadas (en ocasiones demasiado laxas y a veces demasiado severas), nacionalistas y cada vez más políticas. Entre las diversas naciones, parecieron existir mensajes confusos y una coordinación y colaboración inadecuadas para la toma de decisiones a nivel local, regional y global. La naturaleza interconectada de las naciones gracias al comercio, el transporte y las comunicaciones creó un ambiente fértil para una catástrofe global.

Todos terminamos involucrados: lo que afecta al mundo inevitablemente tiene un impacto sobre la iglesia. Los adventistas del séptimo día estamos en el mundo y dependemos de las ventajas de este mundo, las facetas de la vida moderna. A pesar de ello, no somos del mundo, aun mientras hacemos uso de los medios que tenemos a mano para compartir las buenas nuevas hasta los confines de la tierra.

Cambios perturbadores, y nuestra preparación

Las masas no preparadas tuvieron que salir desesperadas a buscar artículos básicos (¿se acuerda de la escasez de papel sanitario?). Muchas personas no contaban con un colchón financiero para aligerar el repentino sacudón económico. Otros desearon haber tenido más espacio de almacenamiento. La palabra “pérdida” se convirtió en un descriptor común: pérdida del trabajo, los ingresos, de contacto, de camaradería, de certezas, de la red de seguridad, de la salud (en especial de la salud mental), de las comodidades más comunes, de información confiable, de estabilidad, y de la seguridad que dábamos por sentada. ¡Y todo en cuestión de días! Y todo ello porque, a pesar de las advertencias, no nos preparamos prácticamente en ningún nivel de la trama social más básica. Para complicar las cosas, se produjo un diluvio de información, de lamentable información errónea, y la información errónea imperdonable que se vio facilitada por nuestra conectividad moderna.

Desarrollar la resiliencia al COVID-19 a nivel social habría requerido mejor supervisión mundial ante las catástrofes y sistemas tempranos de advertencia; una respuesta mejorada de la salud pública y de todas las agencias gubernamentales y no gubernamentales relacionadas; sistemas de distribución de salud de emergencia y redes de seguridad, tanto estructural como funcionalmente, con la coordinación de servicio en todos los niveles; y un público mejor educado e informado involucrado en la preparación personal como individuos, familias y vecindarios. Aunque las iglesias no suelen involucrarse en todos los factores de resiliencia mencionados más arriba, la preparación de los individuos, las familias y los vecindarios (las comunidades) son funciones legítimas de las iglesias que prestan atención a las advertencias de los escritores de la Biblia, son conscientes de los tiempos en que vivimos, y comparten en la misión de los primeros discípulos de Cristo. ¡El COVID-19 no debería habernos tomado por sorpresa!

Cambios perturbadores, y cómo marcar una diferencia

En el siglo XIX, el gobierno de los Estados Unidos procuró mitigar los riesgos en que incurrieron los individuos y las familias que se trasladaron a expandir la frontera oeste, desarrollando programas de extensión con sede en colegios terciarios y universidades. En sociedad con el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, se brindó al pública la capacitación en cómo prepararse y adquirir habilidades de supervivencia para vivir en zonas de riesgo. Durante el mismo período, la naciente denominación adventista tuvo la bendición de contar con los consejos de salud recibidos y registrados por Elena G. White. Los registros históricos muestran una sinergia inconfundible entre la promoción adventista temprana de la salud y los programas cooperativos de extensión que capacitaron a los ciudadanos en agricultura doméstica, ganadería doméstica, y estrategias para desarrollar la resiliencia física y económica.

Más tarde, durante la pandemia de gripe de 1918, los adventistas estuvieron promoviendo reformas en sincronización con los programas de extensión: presentando demostraciones domésticas sobre preparación y preservación de los alimentos; ayudando a hacer frente al estrés y las presiones, la atención básica y el cuidado doméstico de los enfermos. Por supuesto, los adventistas se vieron guiados por una riqueza de información sobre las prácticas adicionales de salud y bienestar que incluían la confianza y la dependencia en un Dios amante y compasivo que desea mucho más que sus hijos progresen en lugar de que sean destruidos. El Informe Anual del Servicio de Extensión Cooperativa en Raleigh (Carolina del Norte), explicó que era por medio de los clubes organizados de demostraciones domésticas que las personas pudieron atravesar la epidemia de gripe con la menor cantidad de pérdidas. El informe comentó sobre la necesidad de ayudar a los enfermos, los comedores públicos y la capacitación en el valor del conocimiento científico, además de la útil capacitación sobre cuestiones sanitarias domésticas y enfermería casera. Expresó específicamente que “posiblemente las mujeres brindaron un mejor servicio al estado durante la gran epidemia de gripe que de cualquier otra manera”.1De manera similar, informes y artículos escritos sobre la obra adventista de salud y la obra de “ayuda” muestran que la iglesia no se quedó de brazos cruzados. En un artículo titulado: ¿Qué hay después de la influenza?, el secretario del Departamento Médico de la Asociación General escribió:

“Hemos sabido a partir de las enseñanzas de la Biblia y del espíritu de profecía durante muchos años que estos tiempos llegarían. Se nos ha dicho una y otra vez que nos preparáramos para estas experiencias al tener vidas bien ordenadas y al asegurarnos una preparación para el servicio que permitiera que todo nuestro pueblo ministre a los enfermos y angustiados en ese tiempo. Se ha instado a [los líderes] y a los miembros laicos a que lleguen a ser médicos misioneros. Se nos ha dicho que cada hogar adventista debería ser un pequeño sanatorio […]; que la fase médica de nuestra obra sería la última que se cerraría”.2Este consejo de 1918 es igual o todavía más aplicable hoy día en 2021. Pensemos en la observación de Ruble:

“Algunas personas con actitud santurrona, que han logrado escapar de la enfermedad, podrían mirar a esta epidemia como un anticipo de la gran angustia que llegará en los últimos días, y podrían considerar que esta inmunidad a la enfermedad es una evidencia de su propia justicia, mientras que atribuyen la desventura de su hermano a su falta de fidelidad […]. Al ver que su hermano ha caído y él mismo ha escapado, podría decir: ‘Te lo dije. Si comieras como yo lo hago, también escaparías de estas plagas’. ¿Son estas las lecciones que hay que extraer de esta calamidad? […] La gran lección […] que deberíamos aprender de esta experiencia es a estar listos para otros y peores azotes que este, que por cierto vendrán, dado que la profecía es verdadera”.3 Hay paralelos obvios con el contexto del COVID-19. Puede que sustituyamos las cuestiones actuales, pero los sentimientos son los mismos o similares. El egoísmo y el orgullo nos fueron pasado desde el Adán y la Eva caídos. De no ser por la gracia de Dios, todos estaríamos condenados a perecer en el lago de fuego que no fue preparado para nosotros.

Sigue diciendo el doctor Ruble:

“Durante esta epidemia, cada adventista del séptimo día habría tenido oportunidades diez veces más grandes de servicio que podría haber llevado a cabo si hubiera estado listo para ellas […]. Las barreras, sociales y profesionales, están siendo derribadas. Lo que una persona enferma o la familia de un enfermo quiere es alguien que pueda y haga algo por ellos. No importa si el que ayuda es blanco o negro, cristiano o pagano, rico o pobre”.4

Hay mucho trabajo que hacer en preparación para los eventos finales, pero el tiempo es breve: no sabemos cuán corto es. Las epidemias seguirán siendo parte de la experiencia humana. Como ya se ha destacado, las Escrituras enseñan que las pestilencias y otras crisis son inevitables. Sin embargo, al anticipar cada crisis, prepararnos para ella, y tener planes de acción bien pensados, podemos reducir el impacto y la devastación, y usar la oportunidad de ayudar a que otros despierten a la verdad profética.

Deberíamos aprender la atención básica del yo, tanto física como mental, emocional, social y espiritual. Tenemos que involucrarnos en preparación para la crisis en la familia, la congregación y la iglesia, como así también en primeros auxilios y asistencia básica ante las catástrofes.

Muchos individuos se han visto afectados negativamente por la pandemia más allá de su bienestar mental previo. El apoyo social y la flexibilidad psicológica han sido dos de los más grandes factores para determinar el nivel de disminución de la salud mental. La iglesia puede ayudar. Aún tenemos la oportunidad de aprender a cultivar alimentos saludables, a almacenarlos y prepararlos. Asimismo, de aprender sobre economía y finanzas, presupuestos y estrategias efectivas de gasto del dinero. Cada iglesia debería involucrarse en servicios de salud personales y comunitarios, colaborando con los ministerios de jóvenes, familia, mujeres y niños; brindando conjuntos de artículos para momentos de crisis, mascarillas, desinfectantes y limpiadores, primeros auxilios básicos, respuesta de emergencia, primeros auxilios espirituales y emocionales, atención básica doméstica para los enfermos. Estrategias de aislamiento en el hogar, hierbas medicinales, plantas silvestres comestibles, y orientación básica resultan todos ellos útiles. Los Conquistadores y los cadetes médicos pueden ayudar por medio de la participación de jóvenes y viejos en el servicio efectivo, así como en la enseñanza de técnicas de supervivencia.

En la familia, la iglesia y la comunidad, tenemos que educador, educar y educar aun mientras seguimos aprendiendo. La preparación incluye anticipar la crisis, acción intencional e implementación proactiva. Cuando golpea la catástrofe, nos volvemos ya sea beneficiarios o víctimas de nuestra preparación, mientras luchamos o nos esforzamos por satisfacer las necesidades individuales o familiares inmediatas. En una crisis los instintos antisociales y de preservación egoísta a veces muestran su horrible rostro, llevando al acaparamiento, los saqueos y aun la violencia. Se producen faltantes, interrupciones o problemas serios en la cadena usual de suministro, y las diferencias entre la oferta y la demanda generan aumentos intempestivos de precios. Lo hemos visto. Se nos lo ha advertido, y no tenemos que mostrarnos sorprendidos.

Cambios perturbadores, y cómo estar listos para la próxima

Dentro de la comunión adventista, no hay lugar o tiempo para la lucha y el egoísmo. No tenemos que manchar nuestra identidad o incapacitar nuestra misión con hostilidades dentro de la iglesia. Por el contrario, tenemos que orar y confesar, someter nuestra voluntad a Cristo y permitirle que él la cumpla en nosotros. La cuestión no es jamás saber si Dios está de nuestro lado; por el contrario, es saber si usted y yo estamos de su lado. Habrá más y más grandes pruebas en el futuro.

Tenemos un mensaje de advertencia y también de esperanza y paz. Podemos prepararnos y no entrar en pánico; seamos fieles y no temamos, examinándonos a nosotros mismos (2 Cor. 13:5) y permitiendo que el Espíritu escudriñe nuestros corazones y exponga cualquier actitud o acción que demuestre nuestro propio carácter no cristiano. Tenemos que orar para expurgar de nosotros el egoísmo y el orgullo, y para que se implante por el contrario la mansedumbre, la humildad y el amor por nuestros prójimos. Tenemos que orar y actuar para promover la sanación y el sellamiento de nosotros y de los que nos rodean. ¿No somos acaso guardas de nuestro hermano?

Que al escuchar su voz no endurezcamos nuestros corazones (Heb. 3:15), descalificándonos para portar un hermoso mensaje al mundo en este tiempo de incertidumbre y desesperación. O seguimos todos juntos, o nos desintegraremos. El optimismo de Pablo es la mejor parte: “que estamos atribulados en todo, pero no angustiados; en apuros, pero no desesperados; perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no destruidos” (2 Cor. 4:8, 9). Entonces, la sanación divina también será nuestra, tanto física, mental y social como espiritual; y su amor y compasión fluirán desde nosotros hacia un mundo necesitado y que perece.


  1. Servicio de Extensión Cooperativa, Informe Anual(UA 102.002) (Special Collections Research Center, North Carolina State University Libraries).
  2. W. A. Ruble, “After Influenza, What?” Advent Review and Sabbath Herald, 31 de octubre de 1918.
  3. Ibid.
  4. Ibid.

El médico internista certificado Zeno Charles-Marcel es director asociado de Ministerios Adventistas de Salud de la Asociación General.

Traducción de Marcos Paseggi

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