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Creo que esto es lo que deberíamos hacer.

El grado de polarización actual en torno a la vacuna del COVID-19 no resulta sorprendente. Una perspectiva proviene de los que son campeones de los derechos individuales, impulsado por lo que han leído y escuchado sobre los peligros de la vacuna. Del otro lado están los que aceptan lo que reporta la ciencia, y creen que la vacunación es la única solución a la pandemia.

Los que hemos tenido el privilegio de observar la naturaleza por muchos años recordamos batallas similares en torno al uso obligatorio de cinturones de seguridad, cascos de motocicleta, la fluorización del suministro de agua, y otros mandatos de la salud pública. Quizá el ejemplo más pertinente está dado por la costumbre de fumar. Mientras fumar fuera un peligro solo para la persona, permitíamos que otros tengan ese hábito. Pero cuando las investigaciones mostraron que el humo de segunda mano de usted es perjudicial para mi salud, la marea cambió, y se instituyeron prohibiciones de fumar en los lugares públicos.

Ese parece ser el centro de la controversia actual. Si alguien quiere arriesgar su salud y aun su vida al no estar vacunado, está en su derecho. Pero cuando esa decisión pone en riesgo a otros, asume un impacto más amplio en la salud pública para todos nosotros. Eso es lo que sienten hoy muchos de nuestros profesionales de salud, dado que ahora tenemos que atender a tantos pacientes no vacunados que se descuidaron o se rehusaron a vacunarse. Más del noventa por ciento de los pacientes admitidos y de las muertes en todo el país están actualmente dentro de ese grupo. Y la decisión de esas personas permite que el virus se siga diseminando, poniendo a los niños y a otras personas bajo riesgo de contagio. Muchos de esos profesionales de la salud que atienden a los enfermos y moribundos están expresando cada vez más su frustración y enojo.

No obstante, ¿qué decir de todos los peligros de la vacuna que se reportan en nuestra sociedad saturada de información? Podría tratar de seguir todas esas historias, desde las que hablan de microchips en la vacuna, hasta amenazas a la fertilidad, a alteraciones genéticas a largo plazo, a su estado experimental (aunque la vacuna de Pfizer ahora ha sido aprobada para uso general). Pero me temo que las sospechas son difíciles de cambiar, dado que todos tendemos a buscar las evidencias que refuerzan nuestras creencias. En estas situaciones, se necesita equilibrar los datos de todas las partes a la hora de buscar cómo tomar una decisión sabia. También es importante corroborar las credencias y hallar fuentes confiables de información.

Como antiguo médico de salud pública que ha trabajado en programas de vacunación durante cincuenta años, he visto el beneficio increíble de las vacunas. Hemos eliminado la viruela, anulado en su mayor parte la poliomielitis, y controlado el sarampión, la difteria, la tos ferina, el tétano, la hepatitis A y B, y muchas otras enfermedades infecciosas. Muchas de estas son lo que llamamos vacunas atenuadas, lo que significa que el virus ha sido modificado en el laboratorio para eliminar en gran medida su nivel de contagio y el peligro, pero reteniendo aún suficientes características del virus como para estimular la producción de anticuerpos. Aunque ha habido controversias en torno a cada una de ellas en el pasado, todas ahora son aceptados por la vasta mayoría de las personas, y han sido requeridas en este país para que los niños puedan asistir a la escuela y para los profesionales de la salud que trabajan en instituciones de atención de salud. Todos se han visto beneficiados por estas vacunas.

Pero esta es diferente, dicen. Sí, ha surgido de la urgencia de una pandemia en rápida difusión. Nos hemos beneficiado de una comprensión avanzada de cómo funciona nuestro sistema inmunológico y de las maneras de usarlo con más efectividad contra el contagio. También tenemos la bendición de un mecanismo de realizarlo, el mRNA, que fue desarrollado en 2005 y que ahora puede ser usado para estimular la producción de anticuerpos e inhibir el crecimiento viral. Estas nuevas vacunas usan nuestros propios mecanismos de defensa que Dios nos ha dado y apuntan a las puntas del virus del COVID-19 para desactivarlo. Las vacunas mRNA jamás ingresan al núcleo de la célula y no pueden cambiar nuestro ADN. Al igual que la mayoría de las vacunas, no son un ciento por ciento efectivas y tienen efectos secundarios mínimos. Pero el riesgo de la enfermedad real es muchas veces más grande que cualquier riesgo producto de la vacuna, según lo muestran muchos estudios y los 170 millones de estadounidenses que ahora la han recibido.

¿Cómo terminará entonces esto? Es difícil decirlo, aunque algunos creen que este virus continuará circulando en nuestra sociedad hasta que todos hayan recibido la vacuna o se hayan contagiado. Eso sería una tragedia, cuando tenemos una herramienta tan efectiva y podemos evitar muchas muertes innecesarias.

Es desafortunado que muchas organizaciones, incluidos los hospitales, están teniendo que recurrir a mandaos para impulsar la cobertura de la vacunación de los empleados. Parece que estos mandatos, en especial de los gobiernos, solo aceleran la sospecha sobre la vacuna. Algunos sientes que fuerzas externas están procurando controlarnos. Otros creen que este es el cumplimiento de la profecía o la evidencia de fuerzas malignas. Pero la mayoría de nosotros acepta que estos mandatos son aparentemente necesarios para protegernos de nosotros mismos en estas situaciones. Es algo muy similar a lo que hemos pasado con otras medidas de salud pública, cuando la sociedad determina que el bien mayor requiere la subyugación de los derechos individuales, por más sinceros que sean sostenidos estos.

Ya hemos estado en esta posición, y por lo general lleva una década para que cualquier medida nueva sea aceptada plenamente. Mi esperanza y oración es que prevalezcan la lógica y la comprensión, y que nuestra lucha de clases pueda terminar mientras buscamos protegernos unos a otros. Hasta que lo hagamos, los contagios y las muertes por el COVID-19 seguirán asolando este mundo.

Este comentario apareció originalmente en el boletín Notas del rector, el 26 de agosto de 2021, de Richard H. Hart, rector de Salud de la Universidad de Loma Linda.

Traducción de Marcos Paseggi

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