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Una experiencia que nos cambió la vida

5 de julio de 2021 | Tennessee, Estados Unidos | Por Olivia Hale

 “Para los hombres es imposible —aclaró Jesús, mirándolos fijamente—, mas para Dios todo es posible” (Mateo 19:26, NVI).1

De pie y estrechamente apiñados en la parte trasera de una camioneta Toyota, rebotábamos unos sobre otros y nos aferrábamos al pasamanos o asidero, tratando apenas de guardar el equilibrio a través de hondos baches y abruptas curvas del camino. El grito alertador de “Árbol!”, interrumpía de vez en cuando nuestras conversaciones, seguido por ruidosas carcajadas. Las ondulantes colinas de Honduras se quedaban cada vez abajo mientras nuestra pequeña caravana de vehículos todo terreno, ascendían cada vez más alto rumbo a las remotas montañas entre El Suyatal y La Danta.

Al llegar al pequeño pueblo de La Danta, seguramente dejamos una muy peculiar impresión al tratar de pasar por encima de las barandillas del vehículo vestidos en nuestras mejores ropas de sábado. Fuertes vientos, constantes en este poblado montañoso, desplazaban la basura a través de  la polvorienta colina en donde estábamos a punto de celebrar nuestro primer seminario.

Llegada y emprendimiento de la tarea

Cuando nuestra amiga Naomi nos invitó a algunos de nosotros a unirnos a ella para ayudar en  una semana de construcción y evangelización en VIDA International —una escuela primaria y secundaria adventista, de entrenamiento misionero y centro de salud en Honduras2—  hubo siempre desafíos desde el mismo comienzo. Chascos en relación con pasaportes, documentación sorpresiva, vuelos perdidos, enfermedades y problemas con programas de trabajo, nos persiguieron en todo momento, haciendo que al final, nuestro equipo de 14 personas disminuyera a ocho.

Un tanto inseguros, pero emocionados, llegamos ese domingo de noche y poco a poco nos fuimos acostumbrando a lo que llegaría a ser un inesperado pero agradable ritmo diario. VIDA era una pequeña muestra de paraíso rural. Baños de agua fría, ausencia de electricidad entre las 8:30 p.m. y las 6:00 a.m., además de enormes sapos durante la noche, fueron factores ante los que nos costó un poco de ajuste, pero los misioneros ahí presentes a largo plazo y los estudiantes locales, nos recibieron como familia.

La labor de las mañanas se enfocaba en lo que pensábamos sería mezclar cemento y vaciarlo en lo que iba a ser la adición del segundo piso de la escuela; pero éramos tan pocos, que nuestros esfuerzos de construcción parecían inútiles. Pasamos casi cada mañana simplemente uniendo varillas de hierro, en preparación para el vaciado de cemento. Nos reafirmaban el apoyo y el ánimo recibido por todos en ese plantel, pero se añadían problemas a esos primeros días de incertidumbre en cuanto al propósito buscado.

Cada día, al acercarse el mediodía, dejábamos la construcción, nos bañábamos con agua fría, comíamos y nos relacionábamos con otros residentes de VIDA, para luego abordar un vehículo todo terreno y dirigirnos a La Danta. Yo iba ahí para ayudar con la música y las oraciones de intercesión; pero el saber tan poco español me hacía sentir como uno de los eslabones más débiles del grupo. ¿Cómo podría interactuar o hacer cualquier clase de diferencia?

El lunes y martes fueron… bueno, un tanto incómodos. Las reuniones de los niños estaban llenas de entusiastas chiquillos; pero los adultos del lugar que ahí estaban se encontraban reunidos en grupos fuera de sus casas o recargados contra las cercas, con solamente una o dos personas sentadas en lo que de otra manera serían asientos completamente vacíos. Los estudiantes de Biblia locales y otras personas asociadas con VIDA habían creado algunas conexiones en esa zona durante los dos últimos años, pero esta era la primera serie de evangelización y real presentación de las enseñanzas adventistas. No poca presión sobre el diminuto equipo, ¿no es cierto?

El miércoles de mañana nos encontrábamos nuevamente en el techo uniendo barras de hierro y el equipo comenzó a discutir tácticas para hacer que la gente se involucrara. Había un poco de tensión en el ambiente, lo cual se intensificaba con los ardientes rayos de sol que nos deslumbraban a través de sus reflejos en el techo de metal. ¿Estaban las sillas colocadas en el lugar erróneo? ¿No le apelaba a la gente la música presentada? ¿Estábamos nosotros también un tanto desconectados? ¿No eran suficientes nuestros empeños de oración?

Como la persona asignada para dirigir las oraciones de intercesión en favor del proyecto, del equipo y de los residentes del lugar, me sentí de pronto conmovida por la seriedad de mi papel a desempeñar. Se apoderaba de mí la sensación de que no me pertenecía ocupar una posición de liderazgo; de que no tenía suficientes habilidades. Pensé en cómo mi único otro papel era ayudar musicalmente tocando el ukulele; y tampoco me sentía muy segura de mis habilidades en ese sentido.

Dudas y persistencia

Esa tarde, intenté una nueva táctica para unirnos todos en oración; pero no pude lograrlo por la barrera del idioma. Atronadora música con propósitos perturbadores se escuchaba desde la otra parte de la polvorienta colina en donde estaba asentada la única iglesia existente en el lugar; y nos desanimó saber que sus dirigentes le habían pedido a la congregación que ayunara y orara para que fallaran los esfuerzos de nuestro grupo. Supimos también que los lugareños no estaban contentos con la iglesia porque los dirigentes los estaban desplumando de su dinero constantemente. Era una situación inquietante, pero me alertó también sobre la importancia de nuestra presencia y de la carga de introducir en La Danta una verdadera y positiva experiencia cristiana.

A pesar de nuestra continua incertidumbre y algunos traspiés en cuanto a sincronización, ya para el miércoles era muy claro que todos nosotros nos habíamos vuelto de un solo corazón y mente en cuanto a procurar la voluntad de Dios por encima de la nuestra. Además, unas cuantas personas más estaban llegando poco a poco a nuestra reunión.

Al llegar el jueves, algo me ocurrió personalmente. Finalmente me libré del orgullo y le dije a Naomi, quien tenía mucha más experiencia que yo en cuanto a la obra misionera y la oración ante las barreras de lenguaje, que necesitaba su consejo. Voy a recordar por siempre su increíble estilo de liderazgo en cuanto a que me orientó y apoyó, pero sin hacerse cargo de la situación.

Esa noche pusimos en práctica su idea en cuanto a oración unida y se experimentó una paz y conexión con el equipo que no se había sentido hasta ese momento. Podía ver a cada uno experimentando su propio crecimiento y entrega durante la semana y fuimos recompensados con la bendición de casa llena la noche del jueves. No había una sola silla vacía bajo el porche frontal de esa pequeña escuela rural.

Al acercarse el fin de semana, mi amiga Michelle, la oradora principal de todas las reuniones, nos dijo que cosas sorprendentes siempre parecieran ocurrir los sábados en las campañas de evangelización. Durante la semana experimentamos de todo, desde peleas de perros hasta el  batir, con el viento, del techo de metal, perturbando la tranquilidad de nuestras reuniones. Al viajar por el sinuoso camino ese sábado de tarde, percibimos la amenaza de una tormenta y nos preguntábamos si esa sería nuestra final interrupción.

La inminente tormenta retrataba muy bien una mezcla de paz e incertidumbre retumbando en derredor, que brotaba de una situación por demás incómoda y dificultosa ocurrida durante la reunión del jueves de noche. Yo había sido fisioterapeuta antes de que Dios me llamara al ramo de comunicaciones y me sentía más que feliz de haberlo dejado atrás. Pero un hombre llamado Alexander había venido a la clínica médica el jueves, sufriendo de problemas en la espina dorsal debidos a una lesión al jugar fútbol, que le había hecho difícil la tarea de caminar durante los pasados 20 años. Lo examiné juntamente con otro fisioterapeuta de VIDA y decidimos formular un plan de tratamiento y enseñarle ejercicios en nuestra próxima y final reunión evangelizadora. Cuando el otro fisioterapista se enfermó y decidió no asistir a la reunión, tuve miedo de que mis limitadas habilidades no eran suficientes para lo que este pobre hombre necesitaba. Aunque un tanto frustrada con Dios por colocarme en una posición tal, sabía que eso tenía el propósito de enseñarme algo y me aferré a la fuente de ánimo y apoyo.

Más temprano ese día, sintiéndome sofocada de calor en la iglesia, luché contra la urgencia de escapar afuera en busca de aire fresco. Mi recompensa al quedarme, fue un sermón acerca de Jesús en las bodas de Caná, que me haría cambiar de perspectiva: El orador mencionó cómo los siervos siguieron la instrucción de María: “Hagan lo que él les ordene”  (Juan 2:5, NVI).3 No se les pidió que ellos cambiaran el agua en vino, sino que llenaran con agua las tinajas, que presentaran delante lo que tenían y dejaran a Jesús los resultados. Mientras escuchaba, caí en la cuenta de que lo que necesitaba era servir a Dios con cualquiera de las pocas habilidades que tenía y permitirle que convirtiera en vino mi débil agua.

Al bajarme del vehículo de transporte en La Danta esa noche, la paz del cielo permeaba el lugar y avancé de frente, lista para servir con lo poco que tenía. La sala estaba llena, el cielo despejado y esas piezas sueltas de metal en el techo, las cuales se habían batido ruidosamente en cada una de las noches previas de reunión, ahora estaban silenciosas. Con la ayuda de un traductor (el mismo hombre que había dado el sermón), oré con mi paciente Alexandre y le enseñé todo lo que sabía.  No fui testigo del milagro de un paralítico que volvía a caminar en forma normal; pero pude percibir su gozo al habérsele proporcionado tierna atención y haberse invertido interés en su problema. El milagro que sí experimenté fue la transformación por parte de Dios de mi actitud mental acerca de lo que él podía hacer a través de mí una vez que dejé de preocuparme por lo que no podía hacer por mí misma.

Nota final

Aun cuando solo una o dos personas asistieron a la reunión del lunes, ya para el sábado contamos con 25 personas que dejaron su información de contacto con VIDA para aprender más acerca de las verdades bíblicas. Tal vez tengamos que poner solamente un poco de agua en las tinajas, pero Jesús comenzará a transformar esa agua en vino delante de nuestros ojos.

Al abordar el avión el domingo de noche, aprendí a nunca más desestimar lo que Dios puede hacer con ocho humildes y dispuestos corazones en ochos días.

“De allí en adelante Eliseo estuvo en el lugar de Elías. Fue llamado al puesto de más alto honor porque había sido fiel sobre unas pocas cosas. Surgió en su mente la pregunta: “¿Estoy calificado para un puesto tal?” Pero no dejó que su mente dudara. El requisito máximo para cualquiera que ocupe un puesto de confianza es obedecer implícitamente la Palabra del Señor”4

Olivia Hale es miembro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día East Ridge, en Tennessee. Disfruta de las aventuras al aire libre, trabajar con jóvenes adultos y compartir historias inspiradoras de misiones internacionales.

1 Textos traducidos al español usando la NVI (Nueva Versión Internacional) a partir de la versión NKJV- New King James Version. Copyright © 1979, 1980, 1982 por Thomas Nelson, Inc. Usado con permiso. Derechos reservados.

2 https://www.southern.edu/administration/student-missions/calls/honduras-vida-international.html

3 Textos traducidos al español usando la NVI (Nueva Versión Internacional) a partir de la versión Holy Bible, New Living Translation, copyright © 1996, 2004, 2015 por Tyndale House Foundation. Usado con permiso de Tyndale House Publishers, Inc., Carol Stream, Illinois 60188. Derechos reservados.

4 Comentario Bíblico Adventista del Séptimo Día, tomo 2, pág. 1031.  

Traducción – Gloria A. Castrejón

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