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29 de octubre de 2020 | Silver Spring, Maryland, Estados Unidos | Por: Dwight Nelson

La elección de 2020 en los Estados Unidos de América ha llevado a que muchos adventistas y otros cristianos de diversas partes del mundo para reflexionar sobre cuál debería ser el enfoque de un seguidor de Cristo al escoger los líderes de sus respectivos gobiernos. En este comentario, Dwight Nelson, pastor principal de la iglesia adventista Pioneer Memorial Church, repasa la historia adventista temprana respecto de la votación y comparte algunos principios bíblicos que cada miembro de iglesia y líder debería hacer bien en recordar.—Editores de Adventist Review

¿Cómo deberían aproximarse los cristianos adventistas del séptimo día el próximo martes?

El historiador de la iglesia Douglas Morgan, en la fascinante entrada “Política y votación” de la nueva Enciclopedia de Elena G. White, describe de qué manera “el sentimiento inicial contra la votación y la participación política” en los primeros años de este movimiento apocalíptico cambió con la llegada de la Guerra Civil. En 1865, el Congreso de la Asociación General resolvió “que sería ‘altamente apropiado’ para un creyente adventista en la segunda venida ejercer la influencia de su voto ‘en beneficio de la justicia, la humanidad y lo correcto’” (p. 1037). Elena White “compartió este consenso”, y reaccionó de manera decidida a un esfuerzo por parte de “hombres de intemperancia” que animaba a los adventistas de Battle Creek a “continuar evitando las votaciones”. No votar “en este contexto sería “inducir al mal por defecto” (ibid.).

Pero su apoyo no fue un apoyo generalizado de la política. “Si el ámbito político presentaba la oportunidad, y hasta la obligación, del servicio cristiano, también presentaba influencias peligrosas que amenazaban moldear a los involucrados, antes que se produjera lo opuesto” (p. 1038). Tenía en claro e “impresionó en los creyentes el principio de que la ciudadanía en el reino de Cristo tiene que animar y controlar su interacción con los poderes políticos de la tierra” (ibid). Como consecuencia de un aumento populista en la nación en 1896, un partido político “hizo central una propuesta de acuñar monedas de plata como panacea para las injusticias económicas que sufrían las clases rurales y obreras de la nación”. Aunque apoyaba la justicia económica para los pobres, Elena White advirtió que ese plan tendrían un efecto totalmente opuesto. “La dirección de la voz del Hijo de Dios, declare, es ‘no darán vuestra voz o influencia a ninguna política que enriquezca a unos pocos, para traer opresión y sufrimiento a la clase más pobre de la humanidad’” (ibid.).

En lo que respecta a partidos políticos en competencia, en 1897 valientemente escribió: “‘hay fraudes en ambos lados’”, e instó en cambio “a aquellos para quienes el Señor Jesús es ‘el Capitán’ a ‘enfilarse bajo su bandera’ y evitar ‘vincularse con cualquiera de los partidos’” (ibid). ¿Votar? Por supuesto. Hasta aconsejó a los jóvenes universitarios: “‘¿Tenéis pensamientos que no osáis expresar […] de que podrías sentaron en consejos deliberativos y legislativos, y ayudar a implementar leyes para la nación? Estas aspiraciones no tienen nada de malo. Cada uno de ustedes puede dejar su marca’” (ibíd., la cursiva es mía). Pero los adventistas, ella nos recuerda, “tienen que permanecer como sujetos como sujetos del reino de Cristo, portando la bandera en la que está inscripto, ‘Los mandamientos de Dios, y la fe de Jesús’ [Apocalipsis 14:12]” (ibíd).

Sabios consejos para nosotros en el siglo XXI. Sí, ejerzamos nuestro derecho a votar como ciudadanos de esta tierra o de cualquier otra tierra. Expresemos nuestra voz y convicciones para una miríada de temas en la urna de votación. Pero hagámoslo sin dejar de tener presente dos cosas. En primer lugar, no esperamos ningún salvador humano. La política en su mejor versión es el acto de compromiso legislativo para satisfacer a una mayoría de los ciudadanos. Pero triste es que las mismas instancias y tecnología de nuestro mundo movido por los medios sociales nos han transformado en adversarios combativos y argumentativos con cualquiera y con todos los que ven la vida de manera diferente. Y rápidamente nos unimos a otras voces audibles de las cuales extraemos la fuerza. Todo el que emerge de este estridente proceso difícilmente pueda ser un salvador adecuado. Esa triste realidad no puede ser solucionada.

En segundo lugar, somos ciudadanos comprados con sangre del reino eterno de Cristo. Y “la política de Jesús”, (como lo expresó John Howard Yoder) descarta una mentalidad de “todo para el ganador”. En efecto, Cristo mismo infunde en nosotros su propio espíritu de “todo para el perdedor”: “Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará” (Mar. 8:35). El amor supremo por Dios y el amor imparcial de nuestros prójimos solo puede florecer mediante un espíritu de entrega, un espíritu que está tristemente ausente en esta temporada de política estadounidense. Pero usted y yo podemos ser diferentes; tenemos que ser diferente. Sin comprometer las convicciones profundas que tenemos, aún es posible mostrar amor, compasión y bondad como ciudadanos — como hombres, mujeres y jóvenes que valoran el corazón más que el voto, que caminan al lado de otros en lugar de estar siempre tomando partido por uno u otro.

Entonces, vamos, salga a votar, si aún no lo ha hecho. Pero que su rostro exprese la siguiente verdad: “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciera la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (véase 2 Cor. 4:6).

La versión original de este comentario fue publicado en el blog del ministerio televisivo de New Perceptions, The Fourth Watch.

Traducción de Marcos Paseggi

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