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31 de agosto de 2020 | Wahroonga, Australia | Por: John Skrzypaszek, Adventist Record

¡Este ha sido un año de desafíos inesperados! La epidemia de COVID-19 nos presionó a un cambio en la forma como vivimos y trabajamos. El impacto global, escenas de total pesimismo, pérdida de vidas e inestabilidad económica y política han hecho aumentar nuestro temor.

Tristemente, muchos han adoptado las teorías conspirativas de moda, creando con ello una serie de asunciones especulativas acerca del futuro.

En los últimos tres meses, las preguntas que se me han dirigido en cuanto a los eventos de los días finales, me han hecho preguntarme si realmente creemos que Dios está al control de nuestro futuro o creemos en imaginativas asunciones especulativas. Los medios sociales están plagados de temas cuyo intento pareciera asustar a la gente el grado superlativo. Se usan fuera de contexto algunas citas de los escritos de Elena G. White para apoyar conjeturas personales.

Estas interrogantes me desafiaron a examinar la esencia o propósito de la voz profética, tanto desde una perspectiva bíblica como de la inspirada e inspiradora voz de los escritos de Elena G. White.

Perspectiva bíblica

La Biblia señala un propósito específico para la voz profética.

En primer lugar, la voz profética provee una senda de seguro e inspirador enfoque que nutre nuestra vida espiritual. Imparte consuelo, aliento y esperanza basados en la fiabilidad del mensaje profético. (1 Cor. 14:3; 2 Ped. 1:19).

En segundo lugar, la esencia o el corazón de la voz profética revela en vista panorámica los actos salvíficos de Dios a través de Jesús. Aleja la mente humana del temor a eventos causado por sofisticadas interpretaciones varias. En vez de ello, llama la atención hacia el evento climático: El evento mesiánico. (1 Ped. 1:10-12).

En tercer lugar, ofrece un entorno para el cambio transformador, que motiva al creyente a volver a captar la profundidad del incomprensible amor y cuidado de Dios en situaciones donde nuestra vida se vuelve difícil y no podemos ver que Dios está obrando. (1 Ped. 1:18-21; Isa. 40:9-11).

Con razón la convicción de Pedro acerca de la constancia de la voz profética va más allá del marco de las ideas especulativas. “Cuando les dimos a conocer la venida de nuestro Señor Jesucristo en todo su poder, no estábamos siguiendo sutiles cuentos supersticiosos, sino dando testimonio de su grandeza, que vimos con nuestros propios ojos”  (2 Ped 1:16, NVI). El recuento de Pedro afirma la credibilidad de las infalibles promesas de Dios.

Comentando sobre el propósito comunicativo de Dios en Hebreos 1:1-3, el teólogo F. F. Bruce afirma: “Si Dios hubiera permanecido en silencio, envuelto en densa oscuridad, el aprieto de la humanidad hubiera sido ciertamente desesperado; pero ahora, ha hablado su reveladora, redentora y vivificante palabra y en su luz podemos ver luz”. Y expande todavía más profundamente su pensamiento, al añadir, “puede entonces verse que la divina revelación es progresiva; pero esa progresión no es, de menos verdadera a más verdadera, de menos valiosa a más valiosa, o de menos madura a más madura… La progresión avanza más bien en sentido de promesa a cumplimiento”.

La intervención de Dios en la vida humana abarca el desarrollo central y dominante de la promesa mesiánica dada a Adán y Eva en el contexto de temor y confusión. (Gén. 3:15). Dios toca el barro del alma humana proveyendo el consuelo y aliento que fluyen de su garantizadora presencia y la esperanza inserta en la promesa mesiánica. El permanente propósito de las voces proféticas era recordarles a las personas la fiabilidad de la promesa de Dios y desafiarlas a una perspectiva visionaria de la esperanza mesiánica. (Isa. 42:5-7). Y llegó el momento cuando, a través de Jesús, Dios tocó nuevamente el barro de la vida humana para impartir consuelo, aliento y esperanza. Con razón, en el contexto de su prometido retorno (Juan 14:1-3), dijo Jesús: “La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden” (Juan 14:27, NVI).

Es tan fácil perder el enfoque en el elemento central de la fe cristiana, que es la total riqueza de profundidad espiritual engastada en Jesús, el Mesías prometido. (2 Ped. 1:3, 4).

La historia de Jesús es el punto de apoyo del consuelo, aliento y esperanza cristianos. En ella encontramos la esencia de la voz profética, que devela la visión panorámica de los actos salvíficos de Dios. La narrativa mesiánica aleja a la mente humana del temor a los eventos causado por sofisticadas interpretaciones varias. En su lugar, nos presenta el desafío de volver a captar la profundidad del incomprensible amor y cuidado de Dios, que alimenta la fe en aquellas situaciones donde nuestra vida se vuelve difícil. Esa voz continúa recordándole a la iglesia la fiabilidad de la promesa del retorno de Cristo, en (Heb. 10:35–37) arraigada en la confiable autoridad de la Biblia (2 Tim. 3:16; 2 Ped. 1:16, 17).

Perspectiva de Elena G. White

¿Por qué fue conveniente y deseable para Dios levantar una voz profética en el siglo diecinueve? ¿Cuán relevante es esa voz en la continua jornada de la fe?

Elena G. White entendió claramente la esencia de su voz profética. En 1901, escribió: “El Señor desea que ustedes estudien sus Biblias. Él no ha dado ninguna luz adicional que tome el lugar de su Palabra”. (2) Entendió bien su relación con la autoridad de la Biblia. “El espíritu no fue dado, ni puede ser otorgado, para sustituir la Biblia, porque las Escrituras declaran explícitamente que la Palabra de Dios es la norma por la cual todas las enseñanzas y experiencia deben ser probadas”. (3)

Su voz alentó la acción de sumergir la experiencia de la vida en el poder de la Palabra de Dios.  “He sentido que debo instar a todos a escudriñar las Escrituras por sí mismos a fin de que conozcan la verdad y puedan discernir más claramente la compasión y el amor de Dios…. Hay una verdad central que debe tenerse en mente al investigar la Escrituras: Cristo y, Cristo crucificado”. (4)

Su voz moldeó el marco motivacional y de inspiración del propósito designado de Dios para la vida cristiana. Apeló a no divagar sin propósito fijo, sino a vivir una vida espiritualmente relacional, anclada en las enseñanzas de Jesús y a demostrar ante el mundo el impacto transformador de la gracia de Dios.

Finalmente, su énfasis en el amor de Dios y la fiabilidad de sus promesas procuraban inspirar a una vida espiritualmente misional.

En el contexto de su progresiva comprensión del amor incondicional de Dios por este mundo, expresado a través de Jesús, Elena G. White expandió la visión respecto a la misión. Avanzó más allá de la proclamación de específicas doctrinas distintivas. A partir de 1900, aproximadamente, Elena G. White hizo un llamado a un compromiso total de involucración en la misión, “no solamente a través de la predicación, sino en actos de amante ministerio”. El desafío a un compromiso inclusivo era un llamado a pastores, médicos, enfermeras, maestros, estudiantes y personas de cada profesión y orden de la vida, a compartir con otros su conocimiento de Jesús.

La voz profética de Elena G. White enfoca su atención en Jesús y provee una visión de lo que significa la aplicación práctica de la fe. “La obra que Cristo vino a llevar a cabo en nuestro mundo no era crear barreras y constantemente señalar ante la gente el hecho de que estaban equivocados. Aunque él era judío, se movía libremente entre los samaritanos, sin prestar atención a las costumbres farisaicas de su nación. A pesar de sus prejuicios, aceptó la hospitalidad de esas personas despreciadas. Durmió con ellos bajo sus techos, comió con ellos en sus mesas, participando de los alimentos preparados y servidos por sus manos; enseñó en sus calles y los trató con la máxima bondad y cortesía”.

Su voz desafía a la iglesia a alejarse de una asunción especulativa acerca del futuro que surja de una respuesta reaccionaria a eventos actuales. Más bien, apela al movimiento adventista, a recuperar nuevamente el poder de la gracia transformadora de Dios, a mantener una confianza implícita en sus infalibles promesas  y a esperar en completa confianza su pronto retorno. “Así que no pierdan la confianza, porque esta será grandemente recompensada. Ustedes necesitan perseverar para que, después de haber cumplido la voluntad de Dios, reciban lo que él ha prometido.  Pues dentro de muy poco tiempo, el que ha de venir vendrá, y no tardará”. (Heb. 10:35-37, NVI). Su voz señala además que: “En el tiempo de confusión y angustia que tenemos por delante, un tiempo de angustia tal como nunca se ha visto desde que hubo gente en la tierra, el Salvador levantado se presentará a la gente en todas las tierras para que todos los que miren hacia él con fe tengan vida”.

La original version (versión original) de este comentario se publicó en  Adventist Record.

1.. F. F. Bruce, The Epistle to the Hebrews (La epístola a los hebreos) (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2012), 1, 2.

  1. Elena G. White, Carta 130, 1901, p. 1.
  2. Elena G. White, The Great Controversy(El conflicto de los siglos) (Mountain View, CA: Pacific Press, 1911), vii.
  3. Elena G. White, “Circulation of the Great Controversy” (Circulación del ‘Conflicto de los Siglos’”, Manuscrito 31, 1890, § 14.
  4. Elena G. White, “Enter the Cities” (Penetrad las ciudades), Manuscrito 7, 1908 (Feb. 24, 1908), § 3.
  5. Elena G. White, “How Much Owest Thou Unto My Lord?” (¿Cuánto le debes a mi Señor?, Manuscrito 79, Mayo 1, 1899.
  6. Elena G. White, “Our Duty Toward the Jews” (Nuestro deber hacia los judíos), Manuscrito 87, 16 de agosto, 1907.
  7. Elena G. White,  Testimonios para la iglesia, t. 8 (Mountain View, CA: Pacific Press, 1904), p. 58.

Traducción – Gloria A. Castrejón

 

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