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28 de junio de 2020 | Silver Spring, Maryland, Estados Unidos | Por: Ted N.C. Wilson

Amigos, una vez más estamos juntos, conectados a través de los medios electrónicos digitales. Es poderoso el hecho de poder conectarnos y meditar por unos momentos en lo que la Palabra de Dios tiene para decirnos hoy. Como ustedes saben, el mundo está cambiando rápidamente y, sin embargo, ¡alabado sea Dios, la Palabra de Dios nunca cambia! Leemos en Isaías 40:8, “La hierba se seca y la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre”.

La semana pasada estuvimos repasando las profecías de Daniel 8 y especialmente el versículo 14: “Va a tardar dos mil trescientos días con sus noches. Después de eso, se purificará el santuario” (NVI).

Como sabemos bien, el cálculo del tiempo indicado en este versículo nos lleva al año 1844, un año en que muchas personas sinceras esperaban la segunda venida de Jesús. Y aunque estaban en lo correcto respecto a sus cálculos de la fecha anunciada, habían equivocado a qué evento se refería la profecía. Al asumir, como muchos otros cristianos lo han hecho, que el término “santuario” se refería al planeta tierra, llegaron a la conclusión de que Jesús iba a venir a limpiar este planeta en 1844.

Sin embargo, a través de mucho estudio de la Biblia y oración, estos pioneros adventistas aprendieron que el “santuario” al que se hacía referencia en Daniel 8:14 es el santuario celestial, en donde Cristo está ministrando actualmente. Ellos vieron en Hebreos 8:1 y 2, lo siguiente:  “…tenemos tal sumo sacerdote, aquel que se sentó a la derecha del trono de la Majestad en el cielo,  el que sirve en el santuario, es decir, en el verdadero tabernáculo levantado por el Señor y no por ningún ser humano”.

El santuario terrenal, erigido por manos humanas, aunque siguiendo las instrucciones divinas, era solamente un tipo del santuario celestial. Tenía el propósito de servir como lección práctica que ilustraba el plan de salvación. Ese plan incluía muchos aspectos, incluyendo un sacrificio (que representaba a Cristo) y el lavamiento de los pecados. Más aun, incluía también un tiempo especial, conocido como el “Día de la Expiación”, cuando el sumo sacerdote entraba al lugar santísimo y el santuario quedaba “limpio” o purificado a través de la remoción simbólica del pecado.

Esta importante ceremonia representaba lo que comenzó el 22 de octubre de 1844, cuando Cristo entró al lugar santísimo del santuario celestial. Apocalipsis 11:19 nos da una vislumbre de este lugar santísimo, en donde leemos: “Entonces se abrió en el cielo el templo de Dios; allí se vio el arca de su pacto”.

Actualmente, Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, se encuentra en el lugar santísimo, en donde está teniendo lugar el juicio investigador.

¿Sabías que la Biblia menciona el juicio más de 1,000 veces? El juicio es un concepto que puede encontrarse a través de todas las Escrituras, pero el juicio investigador es de carácter especial. Como se declara en nuestra Creencia Fundamental # 24, el juicio investigador “revela ante las inteligencias celestiales quiénes de entre los muertos durmieron en Cristo, y por lo tanto son en él considerados dignos de participar en la primera resurrección. También manifiesta quiénes de entre los vivos permanecen en Cristo, guardando los mandamientos de Dios y la fe de Jesús, y se hallan por lo tanto listos en él para ser trasladados a su reino eterno”.

Ahora bien, la idea del juicio puede ser inquietante para algunas personas. Después de todo, todos somos pecadores. Y aunque esto es cierto, ¡alabado sea Dios porque tenemos un Salvador que es nuestro Abogado y nuestro Juez! Leemos en Juan 5:22: “Además, el Padre no juzga a nadie, sino que todo juicio lo ha delegado en el Hijo”. Más aun, sabemos que cuando rendimos nuestra vida a Cristo, quedamos cubiertos por su hermoso manto de justicia y, a través de su Espíritu Santo, se nos da su poder para vencer. En Apocalipsis 3:5, Jesús nos asegura que: “El que salga vencedor se vestirá de blanco. Jamás borraré su nombre del libro de la vida, sino que reconoceré su nombre delante de mi Padre y delante de sus ángeles”.

La obra de Cristo en el santuario celestial es de vital importancia. En el libro El conflicto de los siglos, p. 479, leemos: “La intercesión de Cristo por el hombre en el santuario celestial es tan esencial para el plan de la salvación como lo fue su muerte en la cruz. Con su muerte dio principio a aquella obra para cuya conclusión ascendió al cielo después de su resurrección. . . Pero Jesús aboga en su favor con sus manos heridas, su cuerpo quebrantado, y declara a todos los que quieran seguirle: “Bástate mi gracia”. . . Nadie considere, pues, sus defectos como incurables. Dios concederá fe y gracia para vencerlos”.

Estimado amigo: Deseo animarte hoy a poner tu esperanza en Jesús, nuestro Salvador, nuestro Abogado, nuestro Sumo Sacerdote y nuestro Rey próximo a venir. Jesús nunca les va a fallar a aquellos que pusieron su confianza en él.

Permíteme orar contigo ahora mismo.

Nuestro Padre Celestial, gracias por esta maravillosa comprensión de qué tú eres el sacrificio y eres el sumo sacerdote. Tu eres nuestro Rey que viene pronto. Tú lo eres todo en todo y tú puedes justificarnos a través de tu justicia y la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida. Gracias por habernos revelado que iniciaste este precioso juicio investigador en 1844 y que pronto va a concluir y, porque sabemos que Jesús va a venir muy pronto. Así que, Señor, entregamos hoy nuestra vida en tus manos y a través de tu gracia, a través de tu sacrificio y a través de tu ministerio, podemos reclamar la victoria en Jesús. Te damos las gracias por escucharnos. Te pedimos todo esto en el precioso y poderoso nombre de nuestro Salvador, nuestro Abogado y nuestro Rey que viene pronto, Cristo Jesús. Amén.

Traducción – Gloria A. Castrejón

 

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