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El 25 de mayo de 2020, el mundo vio dos incidentes filmados que cristalizaron un cáncer no tratado en la sociedad estadounidense. En el primero, fueron testigos de una discusión cada vez más fuerte entre residentes urbanos en el cual una mujer de raza blanca escogió hacer uso del poder del Estado, el temor y la historia como armas, cuando llamó a la policía porque había un hombre de raza negra que simplemente le pidió que siguiera las reglas del parque público en el que se encontraban. Ese mismo día, el mundo televidentes fue testigo del arresto de un hombre de raza negra en el cual un oficial de raza blanca mantuvo su rodilla sobre el hombre al que habían reducido y esposado durante cuatro minutos y medio después de que cayó en la inconsciencia, mientras al mismo tiempo ignoraba los pedidos de misericordia de un conjunto multirracial de transeúntes.

Esos incidentes no son únicos. Triste es decirlo, representan un cáncer no tratado en la estructura mental social de nuestra nación. Para muchos, en especial para las minorías, los incidentes son marcadores dolorosos del tipo de sociedad en el que vivimos. Hay orientación y esperanza disponible para las personas infectadas con este virus asesino. Pero en primer lugar, tenemos que admitir que estamos enfermos.

El cáncer del que hablo es un sistema y una ideología según los cuales las personas identificadas como blancas suelen ejercer un control, un poder y recursos materiales abrumadores sobre otros llamados negros, marrones o de otro color. Ideas conscientes e inconscientes sobre los privilegios de los blancos y la falta de privilegio de los no blancos son omnipresentes y endémicos, de manera que las relaciones de dominio de los blancos y subordinación de los no blancos vuelven a repetirse continuamente en una amplia gama de instituciones sociales y marcos sociales. Es importante saber que uno no necesita apoyar abiertamente este sistema para verse infectado con el cáncer. Tan solo beneficiarse y no desafiar el sistema hace que uno sufra de esa enfermedad.

Esta semana, las noticias nos trajeron dos serios episodios de esta enfermedad social: en uno, un recurso financiado por la recaudación impositiva fue usada de manera frívola contra un ciudadano inocente; en la otra, un servidor público uniformado aplastó hasta matar a un miembro del público al que había jurado servir.

En términos simples, un resultado de verse infectado por el virus es ver a otras personas en forma diferente, a menudo como moralmente más débiles, de una manera que lleva a tratarlos en forma diferente, a menudo como si merecieran menos atención, respeto, derechos u otras cosas. Beneficiarse de ese sistema, ser el que ejerce el poder en ese sistema, lleva a una tragedia horrorosa para todos, incluidos los abusadores, degradados moralmente por su abuso de los demás seres humanos. Pero más allá de verse horrorizados por los resultados terribles y crueles del racimos, deberíamos aceptar humildemente que más allá de cuál sea nuestro aspecto, no estamos ajenos a este cáncer.

¿Qué podemos hacer una vez que reconocemos nuestra condición? ¿Cuán dispuestos estamos a cambiar? ¿Cuán listos a actuar?

La conversión, la disposición a cambiar, a volverse del mal para pasar al bien, y del bien a los excelente, es tan fundamental para el futuro de los Estados Unidos como lo es para el futuro de todo cristiano: “Lavaos y limpiaos”, es la invitación de Isaías a toda una nación (Isa. 1:16). Limpiar del racismo a los Estados Unidos no será más fácil. ¿Pero por qué deberían los Estados Unidos tener temor ser un país mejor? Escucha otra vez a Isaías, Estados Unidos, cuando desafía a su pueblo para que actúe contra un virus asesino: “El ayuno que yo escogí, ¿no es más bien desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, dejar ir libres a los quebrantados y romper todo yugo?” (Isa. 58:6).

Oponerse a la maldad, el abuso y la opresión no es entrometerse entre la Iglesia y el Estado; no es volverse inadecuadamente político. Preguntémoselo a Jesús, y escuchemos su respuesta: “Gracias; a mí lo hicisteis” (véase Mat. 25:40).

El doctor David Cort es profesor asociado del Departamento de Sociología de la Universidad de Massachusetts/Amherst, y profesor principal del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Walter Sisulu, en Mthatha, Sudáfrica. Adventista de toda la vida, nació en Jamaica, pero creció en Guyana, en Dominica, en Queens (Nueva York), y en Detroit (Míchigan). Actualmente es coordinador principal de adoración de la iglesia adventista de Takoma Park en Maryland, Estados Unidos, donde también colabora con las actividades de justicia social de la iglesia.

Traducción de Marcos Paseggi

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