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27 de mayo 2020 | Miami, Florida, Estados Unidos | Por Abel Márquez, División Interamericana

Una solución al problema de la gran crisis global generada por la pandemia de Covid-19, sería que nuestros ojos fueran capaces de ver al virus. El hecho de cerrar fronteras y comercios no esenciales, cancelar eventos, encerrarnos en casa y muchas otras restricciones, se ha impuesto precisamente porque no sabemos dónde está el virus y por lo tanto no tenemos forma de atacarlo.

Imagina que sales de tu casa y mientras conduces por la calle ves de pronto una nube de coronavirus enfrente de ti. Los transeúntes corren de un lado a otro tratando de no contaminarse, otros se sacuden la ropa y casi de inmediato llega la policía para acordonar el lugar, mientras una cuadrilla especializada con trajes de protección, rocían el lugar con químicos desinfectantes que destruyen de inmediato al temido virus. Gracias a que pudiste ver el peligro, cambias de calle, te desvías de tu ruta y te libras del riesgo potencial. Imaginando un mal escenario, podrías tal vez cancelar la cita a la que ibas, no llegar a la escuela, a la iglesia, perder tu vuelo o hasta una reunión o negocio importante; pero gracias a la capacidad de ver el virus, la crisis no sería de la magnitud presente.

Durante los primeros meses de este año, una vez que se sabía ya del brote del nuevo virus, algunos países de Asia implementaron medidas para poder evitar una crisis mayor; entre ellas, el desarrollo de aplicaciones móviles de geolocalización, con las que el gobierno identifica cada caso para darle seguimiento personalizado, logrando aislar a una persona, a una familia o quizá hasta un vecindario si es necesario, pero no a todo el país. Esto, gracias a la posibilidad de detectar el virus, saber dónde está y cómo atacarlo.

Pensar en el futuro inmediato después de una parálisis de la economía por el confinamiento, lejos de actividades sociales, deportivas y de entretenimiento, entre otras, nos enfrenta a escenarios inciertos: Las universidades que ya anunciaron que no abrirán sus planteles hasta enero del 2021, quizá ya trabajan en planes de renovación y replanteamiento de sus estructuras y estrategias. Las aerolíneas que tienen cientos de aviones estacionados por la cancelación de vuelos comerciales, probablemente ya buscan cómo fusionarse con otras para no desaparecer. Se escucha ya del rediseño de ambientes urbanos y arquitectónicos, con parques públicos de capacidad limitada, de oficinas que cambiarán su configuración a ambientes de mayor distanciamiento físico y de empresas que incluso adoptarán de manera más permanente la modalidad de trabajo desde casa. Podemos imaginar también las consultas médicas por videoconferencia y los centros de culto con restricciones de alabanza o incluso con la limitante de no poder decir amén en voz alta, pero todas esas son especulaciones y predicciones que pueden ser, tan reales o imaginarias, como lo dicte el tiempo y por supuesto el avance en la erradicación del virus.

El capítulo 6 de 2 Reyes, en la Biblia, narra la historia de la guerra que los sirios tenían librada contra el pueblo de Israel y, a pesar de que los buscaban por todas partes, no podían encontrarlos porque precisamente no sabían hacia dónde movían sus campamentos. Por otro lado, los Israelitas contaban con una especie de GPS, pues un varón de Dios los guiaba de un lado a otro, gracias a que el Señor conocía la ubicación de los enemigos y por ello los hacía desviarse del camino y estar a salvo. Aunque los israelitas no precisamente veían con sus ojos al ejército sirio, podían esquivar el peligro gracias a la orientación divina.

Cuando finalmente alguien reveló al rey de Siria que la clave era encontrar al profeta Eliseo, quien era el que ayudaba con las advertencias de geolocalización, fueron a buscarlo y sitiaron el lugar donde se encontraba. En el momento que el asistente del profeta se dio cuenta que estaban rodeados, se llenó de miedo, pues era una tropa grande, armada, amenazante y no había por dónde huir. Pero el profeta con toda tranquilidad oró y pidió a Jehová que abriera los ojos de su ayudante para que pudiera ver otra realidad, que no se limitara a pensar en los métodos tradicionales, sino en que el Señor le revelara una nueva realidad. Por otra parte, el profeta también pidió a Dios que cegara la vista de los soldados enemigos. Esa ceguedad cambió completamente el panorama, pues al no poder ver, fueron desviados por el mismo Eliseo y nunca más volvieron a hacer guerra contra la tierra de Israel.

La posibilidad de ver al virus nos ayudaría a atacarlo y evitarlo, pero la imposibilidad de ver el futuro inmediato nos puede llenar de pánico y peor aún, de no enfrentarlo de manera prudente. Pensar que pronto volveremos a la normalidad que conocemos puede ser una comodidad para ya no cambiar nuestros modelos, nuestras estructuras, costumbres y métodos.

La solución para sobrevivir al futuro es pedir a Dios que abra nuestros ojos, para que podamos ver cuál es la voluntad de él para nosotros.

Abel Márquez es director de comunicación de la División Interamericana de los Adventistas de Séptimo Día.

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