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7 de abril de 2020 | Silver Spring, Maryland, Estados Unidos | Por: Merle Poirier, Adventist Review

Arthur Grosvenor Daniells fue elegido presidente de la Asociación General (AG) en 1901, en cuya significativa sesión de Asociación General, la iglesia fue completamente reorganizada. Tal restructuración fue de hecho en gran parte idea de A Daniells, así que su elección como presidente pareció ser lo más natural. Y casi diez años más tarde, en 1910, el presidente Daniells se encontró al frente de la presidencia de una iglesia mucho más grande.

Cuando el presidente Daniells fue elegido, la totalidad de los miembros era de 78,000. Bajo su presidencia se alcanzó una tasa de crecimiento de 25 por ciento. Pero el crecimiento no solamente se vio en el aumento de miembros. Se establecieron más asociaciones locales y de unión, lo cual llevó también al aumento de burocracia, También las instituciones de la iglesia aumentaron en número, con 28 casas publicadoras,74 sanatorios y 680 escuelas. Todo esto parecería muy bien; pero, de hecho, 1910 fue uno de los años más problemáticos para el presidente Daniells.

A fin de entender mejor el contexto, debemos primeramente retroceder unos cuantos años atrás. En 1907, W. W. Prescott, vicepresidente de la AG y editor de la Review, introdujo un tanto de “nueva” teología respecto al “continuo” mencionado en Daniel 8. Esto provocó cierto debate y algunas sesiones de estudio, lo cual llevó eventualmente a que se tomaran partidos. El presidente. Daniells, aunque con gran cautela, pensó que el punto de vista de Prescott tenía algún mérito.

En 1909 había llegado el tiempo para una nueva sesión de la AG. Las quejas en contra del presidente Daniells permeaban el campo. Elena G White, quien estaba asistiendo a la sesión, escuchó a más de unas cuantas personas expresar sus opiniones tanto acerca de tal doctrina como del presidente. Aunque este asunto no era parte de la agenda, una nube teológica ensombrecía y desviaba la atención de las reuniones.

Durante los cinco años previos, Elena G White le había estado enviando repetidas comunicaciones al presidente Daniells acerca de la evangelización de las ciudades. Mientras él atendía mayormente los asuntos administrativos, incluyendo este debate teológico; ella, por su parte, insistía en su enfoque evangelizador de las grandes ciudades.

En la sesión de la AG 1909, Elena G. White  sorprendió a los dirigentes al declarar que W. W. Prescott debía ser removido de su posición como editor de la Review y enviado a Nueva York como evangelizador. Pensando que no la habían entendido correctamente, los dirigentes la cuestionaron varias veces durante varios meses. Pero ella estaba determinada. Para 1910, el antes editor Prescott estaba en Nueva York, pero no feliz con su asignación.

Por otra parte, A. G. Daniells estaba haciendo todo lo que podía para tomar en serio sus peticiones. Los dirigentes asignaron US$ 11,000.00 especialmente para evangelización en las ciudades. Habían enviado a W.W. Prescott a Nueva York. El presidente Daniells hizo planes para una reunión de cinco días dedicados a discutir este tópico. Cualquier progreso que creyó haber logrado no hizo ninguna diferencia. La Sra. White continuaba insistiendo en la necesidad de planes mayores. Su hijo, W. C. White, escribió: “Continúa la carga de mi madre por las ciudades. Se impone sobre su mente noche tras noche la convicción de que no estamos haciendo lo que debemos”.1

Siguió pasando el tiempo y Elena G. White continuó expresando su insatisfacción. “¿Qué puedo hacer? ¡Qué puedo hacer para persuadir a nuestros hermanos a ir a las ciudades y dar el mensaje de advertencia ahora, ahora mismo!”2

Estando en California en unas reuniones en mayo, el presidente viajó hasta el hogar de Elena G. White en Elmshaven, esperando sorprenderla con las nuevas de sus planes para la evangelización de las ciudades. Pero al llegar, tuvo que quedarse en la puerta. La profetisa se negó a verlo y en vez de ello le envió un mensaje: Cuando él, como presidente de la Asociación General estuviera listo para llevar adelante la obra que necesitaba hacerse, accedería ella a hablar con él. Sintiéndose rechazado, el presidente Daniells abordó el tren de regreso a casa.

Al experimentar el aguijón del rechazo y el desprecio, el presidente Daniells se sentía realmente confundido. ¿No había hecho él todo lo que había podido? ¿El dinero, las juntas y comisiones al respecto, el enviar al editor de la Review al campo para evangelizar? ¿Qué más se podía hacer? ¿Qué es lo que ella quería decir con ello? La respuesta llegó en un paquete de cartas a finales de junio. Elena G White había perdido su confianza en él. Ciertamente se necesitaba hablar claro y esto se hizo evidente en dos declaraciones decisivas.

“Si el presidente de la Asociación General se hubiese sentido totalmente impresionado, tal vez habría podido ver la situación. Pero él no entendió el mensaje dado por Dios. Ya no puedo quedarme más en paz”.3

El segundo, sin embargo, fue un golpe más duro, según lo contó el mismo presidente Daniells en  1928:

“Finalmente recibí un mensaje en el que ella decía: ‘Cuando el presidente de la Asociación General se convierta, él sabrá lo que tiene que hacer con el  mensaje que Dios le ha enviado’. . .  Ese mensaje, diciéndome que necesitaba una conversión, me hirió severamente en ese momento, pero no lo rechacé. Comencé a orar por la conversión que necesitaba para que se me diera el entendimiento que parecía hacerme falta”.4

Clarence Crisler, uno de los secretarios de Elena G White, trató de persuadirla respecto a las cosas que el presidente Daniells estaba haciendo correctamente, pero ella estaba determinada en su juicio. El secretario Crisler informó:

“La Hermana White se refirió a las bendiciones que podrían venir sobre la obra si el Pastor Daniells y algunos de sus asociados que llevan grandes responsabilidades pudieran personalmente entrar en las ciudades y actuar como líderes. . . . Cuando los hermanos de la Asociación General laboren en favor de las almas en las grandes ciudades, se ampliarían sus simpatías y su mente estará tan completamente ocupada en la labor de frustrar los esfuerzos de Satanás para ganarse la lealtad del mundo, que perderían de vista las pequeñas diferencias de opinión sobre puntos de doctrina”.5

Como crédito en favor del Pastor Daniells, puede decirse que él sentía un gran respeto por Elena G. White y su llamado profético. Aunque se sentía lastimado, no hizo a un lado el testimonio, sino más bien inició una seria búsqueda espiritual. Tampoco lo mantuvo en silencio. El 1 de julio de 1910, dio a conocer a la Junta de la Asociación General todas las cartas enviadas por Elena G White. Ese día se tomó el acuerdo de liberar a. G. Daniells de sus deberes administrativos durante el tiempo en que pudiera ir a Nueva York y conducir personalmente una reunión de evangelización, todavía siendo presidente, pero enfocado totalmente en dar a conocer el mensaje del evangelio a las personas en esa ciudad.

En esa misma junta, se nombró a 17 hombres a quienes asignaron a cuatro regiones geográficas para comenzar agresivamente  a hacer labor de evangelización urbana en las ciudades más grandes de Estados Unidos. El pastor Daniells se sintió revitalizado por esa experiencia en la Ciudad de Nueva York , tanto así, que le escribió a Elena y W. C. White expresando su sentir de que estaría más que feliz de dejar a un lado su presidencia y enfocar su atención en la evangelización. La respuesta de ella lo disuadió de esa idea.

“La posición que usted tiene ha sido ordenada por Dios; y ahora lo animo con las palabras: Siga adelante de la manera que ha comenzado, usando su posición de influencia como presidente de la Asociación General para el avance de la obra que hemos sido llamados a hacer”, Y añadía: Los ángeles de Dios van a estar con usted. Redima el tiempo perdido durante los pasados nueve años siguiendo adelante ahora con la labor en nuestras ciudades y el Señor lo va a bendecir y sostener”. 6

  1. G. Daniells fue transformado por esta experiencia, a pesar de lo dolorosa que haya sido. Al pasar tiempo en el campo, ganando almas para Cristo, obtuvo una nueva perspectiva que transformó la manera en que ocupó su tiempo y su énfasis como administrador.

Hay mucho que puede aprenderse de la experiencia de A.G. Daniells, pero la verdad que parece ser la mejor de todas, es que la misión transforma la vida de las personas. Ciertamente, el dar a conocer a otros el evangelio, los trae a Jesús y los salva por la eternidad. El cumplir la misión, sea en ultramar o en el propio vecindario, cambia a las personas. Podemos ver lo que Dios valora. Lo que habíamos pensado que era importante, palidece al trabajar por él.

  1. Arthur White, Elena G. White: The Later Elmshaven Years, 1905-1915 (Washington, D.C.: Review and Herald Pub. Assn., 1982), p. 222.
  2. Ibíd., p. 223.
  3. Ibíd., p. 225.
  4. Ibíd., pp. 224, 225.
  5. Ibíd., p. 227.
  6. Ibíd., p. 229.

Merle Poirier es gerenta de operaciones de Adventist Review.

Traducción – Gloria A. Castrejón

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