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La 43° Sesión de la Asociación General celebrada en San Francisco en 1936. [Imagen: GC/ASTR]

23 de marzo de 2020 | Silver Spring, Maryland, Estados Unidos | David J. B. Trim

Los adventistas del séptimo día tienden a ver los actuales eventos como excepcionales. Tanto los dirigentes como los miembros de la iglesia están de acuerdo en que no hay precedente en nuestro pasado en relación con un reciente acontecimiento actual. Irónicamente y a pesar de la tan citada declaración de Elena G White de que los adventistas del séptimo día “no tienen nada  que temer acerca del futuro, a menos de que se olviden…” de nuestro pasado; en la práctica, tendemos a olvidar muy fácilmente.

En realidad, hay muy pocos acontecimientos que verdaderamente no tienen precedente. Y este es el caso en relación a la decisión de posponer para el mes de mayo de 2021, la 61° Sesión de la Asociación General, programada inicialmente para junio de 2020. Hay no solamente precedente; hay de hecho varios precedentes. Esta va a ser la quinta vez que se ha pospuesto una sesión de la Asociación General, extendiendo con ello necesariamente la duración del cargo de los dirigentes máximos de la Asociación General y sus divisiones y aplazando inevitablemente algunos acuerdos de la iglesia mundial respecto a asuntos importantes de interés común. Esta será la segunda ocasión en que vayan a transcurrir más de cinco años entre sesiones.

Primera Guerra Mundial

Pasó más de medio siglo y 38 sesiones antes de que se pospusiera una sesión de la Asociación General. Originalmente, las sesiones de celebraban anualmente; pero después de la vigésima  octava sesión, en 1889, se volvieron sesiones bienales; y más tarde aún, después de la trigésima sexta sesión, en 1905, fueron sesiones cuadrienales. En 1913, la trigésima octava sesión celebrada en Takoma Park terminó con la expectativa de reunirse nuevamente en 1917. Pero un año más tarde (1914), comenzó la Primera Guerra Mundial.

 

La Sesión de la Asociación General 1918 [Imagen: GC/ASTR]

En la primavera de 1916, los dirigentes de la División Norteamericana (NAD, por sus siglas en inglés), cuyo territorio a ese punto albergaba al 56 por ciento de todos los miembros de la iglesia mundial, se preocupaban pensando en lo siguiente: “Las condiciones del mundo son tales en este momento, que no podemos saber lo que puede traer cada día”.  Se dudaba de que delegados “de países fuera de la División Norteamericana”, pudieran viajar hasta ahí.

La Junta de la NAD tomó el voto de solicitar a la Asociación General que “considerara en oración” la posibilidad de celebrar la vigésima novena sesión a principios de 1918, en vez de celebrarla en 1917. Los dirigentes de la Asociación General encuestaron por correspondencia a los dirigentes en todo el mundo y “encontraron que el voto tomado por correspondencia era unánime en favor de posponerla”. De acuerdo con lo anterior, la Junta de la Asociación General tomó el voto de posponer la siguiente sesión cuadrienal programada para el verano de 1917, hasta la más temprana fecha conveniente a partir de entonces”, con fecha a determinarse, la cual finalmente pudo ser determinada en abril de 1917. La trigésima novena sesión se celebró debidamente en marzo y abril de 1918.

No había base entonces en la Constitución de la AG para tal aplazamiento de la sesión, pero la iglesia realmente estaba confrontando circunstancias sin precedente, incluyendo la guerra submarina que hizo totalmente inseguro cruzar el Atlántico en 1917. Reconociendo la naturaleza excepcional de los desafíos que entonces enfrentaban, los dirigentes de la iglesia, después de las debidas consultas, tomaron la decisión apropiada. Irónicamente, la situación bélica no había mejorado grandemente para la primavera de 1918, pero los viajes a los Estados Unidos eran más seguros y los dirigentes de la iglesia evidentemente pensaron que no era posible posponer dos veces la sesión. La trigésima novena sesión se llevó a cabo en la primavera de 1918.

La Gran Depresión

La cuadragésima segunda Sesión de la Asociación General se celebró en mayo de 1930, un poco más de seis meses después del desplome de Wall Street, lo cual puso en marcha la Gran Depresión. Sin embargo, no estaba todavía muy claro qué tan malas podrían ponerse las cosas.  Inglaterra y Estados Unidos habían experimentado terribles recesiones económicas en el pasado siglo diecinueve, pero su efecto en las economías nacionales o en la Iglesia Adventista del Séptimo Día no habían sido realmente globales. Para la década de los 1930, la naturaleza interconectada de la economía mundial empeoró los efectos de la Depresión y alteró cada parte de la Iglesia Adventista.

 

Asistentes afroamericanos a la Sesión de la Asociación General de 1946 [Imagen: GC/ASTR]

    [/caption]En los tres años posteriores al desplome de Wall Street, el pago de diezmos en los Estados Unidos disminuyó en un 37 por ciento y las ofrendas misioneras en un 42 por ciento (aunque la membresía aumentó en un 23 por ciento). El tesorero de la AG, J. L. Shaw, tuvo que conseguir  US$ 200,000 equivalente a por lo menos 4 millones actualmente) para celebrar la Sesión, aun cuando él y el presidente C. H. Watson estaban desesperadamente tratando de mantener en sus puestos a los misioneros en el extranjero, reduciendo la fuerza laboral en la División Norteamericana y reduciendo los salarios de los obreros restantes. Fuera de los Estados Unidos, por lo menos cuatro de las once divisiones mundiales de la iglesia simplemente no tuvieron los fondos financieros para enviar “delegaciones representativas”. La postergación de la sesión le dio a la Asociación General dos años más para ahorrar el dinero necesitado para su presupuesto y les dio a las divisiones dos años más para encontrar el dinero con el cual enviar a sus delegados. Sin embargo, cuando en el Concilio Anual de 1932, el presidente Watson presentó la posibilidad de reprogramar la sesión, convocó primeramente a una sesión ejecutiva con solamente los presidentes de división y los miembros del personal de las oficinas de la AG pertenecientes a la Junta Ejecutiva para presentar su caso; y, por supuesto, esperaba que fuera una propuesta controversial.

Sin embargo, los miembros de la Junta percibieron la lógica, en particular, porque reconocieron “la imposibilidad de la División Europea y otras divisiones, de enviar delegados representantes si la sesión se celebraba en 1934” y, porque la única forma de financiar una sesión sería entonces “haciendo reducciones adicionales a las apropiaciones regulares”. La Junta de la AG acordó: “Que la siguiente sesión de la Asociación General se posponga hasta 1936”. Pero la Constitución prescribía una permanencia en el cargo, de cuatro años de duración, así que el término del ejercicio de las funciones de muchos “miembros del personal de la Asociación General” iba a expirar antes de 1936. Por lo tanto, la Junta Ejecutiva acordó que a ese personal ”se le pidiera que continuara en servicio ininterrumpido” hasta la Sesión reprogramada.

Como resultado y, excepcionalmente, hubo una permanencia en el cargo, de seis años de duración, de los administradores y directores de departamento de la AG y de las divisiones, después de la cuadragésima segunda sesión. Hasta este año, esta es la única ocasión en que el intervalo entre sesiones haya sido de más de cinco años.

Al posponer la sesión de 1934, los dirigentes de la iglesia tomaron nuevamente el único prudente  curso de acción; sin embargo, lo hicieron nuevamente en ausencia de un mandato constitucional para hacerlo. Cuando finalmente se celebró la 43° sesión en mayo y junio de 1936, se hizo una enmienda al Artículo VIII de la Constitución de la AG a fin de permitirle a la Junta Ejecutiva posponer una sesión  hasta por dos años, “cuando condiciones mundiales especiales parecieran … hacer imperativo posponer la convocación a la sesión”. Aunque ninguno tal vez lo hubiera imaginado, las siguientes dos sesiones se habrían de posponer ambas, bajo los nuevos términos del Artículo VIII.

 

La Sesión de la Asociación General de 1941 [Imagen: GC/ASTR]

Segunda Guerra Mundial

Los dirigentes de la iglesia tenían la firme intención de celebrar la cuadragésima cuarta sesión de la Asociación General cuatro años después de la pospuesta cuadragésima tercera sesión a fines de la primavera de 1940; pero en septiembre de 1939, estalló la Segunda Guerra Mundial. El mes siguiente, en el Concilio de Otoño, los administradores plantearon “la interrogante de …si será o no aconsejable seguir adelante con los planes de llevar a cabo la Sesión de la AG en 1940, en vista de la incertidumbre actual”. Otra de las preocupaciones, como en el pasado, era también acerca de si se podía celebrar “una conferencia representativa”, dadas las dificultades para viajar que enfrentarían las delegaciones de ultramar. Las minutas al respecto registran: “La interrogante se discutió un tanto, con una buena cantidad en favor de una postergación, mientras que otros pensaban que sería bueno celebrar la reunión en el tiempo previsto”. En virtud del desacuerdo, se nombró una subcomisión, la cual recomendó que, “por causa de la prevalencia de la guerra y por el hecho de no poder tener una delegación representativa de nuestras divisiones de ultramar”, que se “posponga por un año la Sesión”. Luego se aprobó el acuerdo.

Doce meses después, mientras continuaba la guerra, se discutió la posibilidad de ”una nueva postergación”. Después de que otra subcomisión lo considerara brevemente, la Junta Ejecutiva decidió, sin mayores explicaciones, seguir adelante con su celebración, de mayo a junio de 1941. A este punto, los Estados Unidos permanecían todavía neutrales (y eran residencia de uno de cada tres del medio millón de miembros en todo el mundo) y parecía que era mejor continuar adelante después de cinco años, con aquellos que pudieran venir desde las divisiones fuera de Estados Unidos, que extender la celebración nuevamente a seis años.

Después de la sesión de 1941, era la intención regresar a los términos cuadrienales entre sesiones, ordenados constitucionalmente. En 1943 se fijó la fecha de la sesión para mayo-junio de 1945. Sin embargo, para el invierno de 1945 crecía la inquietud acerca de lo apropiado de celebrar un evento internacional de gran magnitud, pues aunque podía verse claramente que se acercaba el fin de la guerra, continuaban las hostilidades así como el control en materia de viajes, racionamientos  y restricciones gubernamentales en cuanto a convenciones en los Estados Unidos. Algunos temían que la iglesia iba a ser percibida a ojos del público, como si desdeñara las realidades del tiempo de guerra y que colocara sus planes por encima de las serias preocupaciones prácticas de entonces.

Se convocó a un concilio especial en febrero “para considerar si debiéramos o no seguir adelante con los planes de celebrar la … Sesión en mayo”. Se prolongaron las discusiones. Mientras que varios miembros de la Junta de la AG  “hablaron de la decepción que habría de experimentarse si no se celebraba la sesión”, se obtuvo finalmente el consenso en cuanto a posponerla, especialmente porque (nuevamente) la representación por parte de “nuestras divisiones de ultramar” iba a ser muy limitada. Al final se llegó al “acuerdo general de que si el aplazamiento iba a ser mejor para nuestra obra mundial, entonces debía ciertamente posponerse”. El resultado fue un acuerdo votado acerca de que “la Sesión de la Asociación General que se iba a celebrar en mayo de este año, se posponga por un año”.

Siglo Veintiuno

Esta es entonces la historia adventista de reprogramación de las sesiones de la AG y la consecuente extensión del periodo de servicio en las posiciones de aquellos elegidos por las sesiones. Y sigue en pie el hecho de que solamente la Junta Ejecutiva tiene el poder de posponer una sesión  y de extender los plazos de lo que ahora es quinquenal en vez de cuadrienal. La decisión de posponer es una que nunca se ha tomado a la ligera y sin consejo, y nunca se ha tomado sin cierto grado de tristeza o dolor de cabeza. Esta decisión no se había tomado por los últimos setenta y cinco años, durante los cuales el tamaño y los gastos de una sesión de la Asociación General han crecido inmensa y casi inmensurablemente. La nueva escala de las sesiones de la AG hace cada decisión de posponerla todavía más problemática, dada la mucho mayor complejidad involucrada en su reprogramación a tan corto plazo y pérdidas financieras potencialmente mucho mayores.

Sin embargo, ante circunstancias realmente  excepcionales —de dos guerras mundiales y la Gran Depresión—, los dirigentes de la Iglesia Adventista del Séptimo Día no se acobardan ante la toma de decisiones difíciles que sean en favor de la denominación como un todo. Las bases de tales decisiones incluyen el gasto económico en una época de recursos limitados, la seguridad de  los delegados, la imagen pública de la iglesia y la capacidad de las divisiones para ser apropiadamente representadas.

La pandemia del Covid-19 no es algo tan absolutamente sin precedentes, pero es totalmente excepcional; sin embargo, los desafíos que presenta son similares a aquellos que motivaron cuatro veces a las previas generaciones de dirigentes de la iglesia a posponer las sesiones de la AG. Aún más, provee una oportunidad de evaluar el hecho de cuánto han crecido las sesiones en sus inmensos gastos y formidable complejidad.

Los dirigentes actuales de la iglesia han actuado tanto con resolución como con compasión (dado el potencial de una infección) en relación con la sesión de 2020; y han tenido también la oportunidad de dar una mirada a la forma como la denominación “hace” sus sesiones. Nadie está feliz de que no haya sesión en Indianápolis en junio de 2020. Pero la iglesia ha tomado el más prudente y responsable curso de acción y, al tomarlo, los dirigentes de la iglesia  han caminado hoy en forma reflexiva, cuidadosa y con mucha oración, en las huellas de otros dirigentes en el pasado, mientras continúan todavía poniendo su mirada en el futuro de nuestra “bendita esperanza”.

La postergación de la Sesión 2020 de la AG no necesariamente implica el retraso de esa futura consumación que anhelamos devotamente: La Segunda Venida de Jesucristo nuestro Señor.

David J. B. Trim es un historiador y presta sus servicios como director de la Oficina de Archivos, Estadísticas e Investigación de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día en Silver Spring, Maryland, Estados Unidos.

 Traducción – Gloria A. Castrejón

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