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Una fotografía del cartel producido por la Junta de Salud de la Provincia de Alberta alertando al público sobre la epidemia de influenza en 1918. [University of Calgary Press Sept 2016]

27 de marzo de 2020 | Keen, Texas, Estados Unidos | Por Michael W. Campbell

La pandemia más mortífera en la historia moderna fue la influenza en 1918 a 1919. Aun los cálculos más conservadores indican que hizo perder la vida a más de 50 millones de personas. Recibió erróneamente el nombre de influenza española, o gripe española, cuando debió de haberse llamado influenza americana o estadounidense (ciertamente no vino de España). El historiador John Barry, un destacado experto en la materia, trazó el inicio de esa epidemia hasta fijar su origen en la zona rural de Kansas. Las facilidades de transporte moderno, especialmente el sistema de ferrocarril en los Estados Unidos, proporcionó al virus el fácil oportunismo que le permitió infiltrarse sigilosamente en pueblos y ciudades en todo el mundo.1

Lo que hizo que esta pandemia en particular fuera tan desconcertante y perturbadora es que estuvo orientada hacia personas jóvenes y saludables. La persona podía morir dentro de las 24 horas siguientes a la aparición de los primeros síntomas. Los hospitales quedaron rápidamente inundados de pacientes. La gente literalmente moría de hambre porque los amigos y vecinos tenían miedo de traerles alimentos. En algunas ciudades se apilaban los cadáveres en casas, en porches y en las calles y se cavaban fosas comunes mientras se elevaba el número de defunciones.

Los soldados que fueron movilizados en 1918 en la Primera Guerra Mundial, propagaron el virus tanto en todo el país, como en el mundo, al partir para Europa. Viajaron en abarrotados barcos de transporte de tropas; lo cual constituyó el perfecto caldo de cultivo para el virus, de manera que para el tiempo en que desembarcaron, la pandemia ya se había propagado rápidamente entre ellos. El contagio atacó indiscriminadamente ambos lados de la contienda mientras la guerra llegó lentamente a su fin.

Enfermeras voluntarias de la Cruz Roja Americana atendiendo a víctimas de la influenza en el Auditorio Oakland, en Oakland, California, durante la pandemia de influenza de 1918. [Imagen: Edward A. “Doc” Rogers0]

    [/caption]El patriotismo triunfó sobre las preocupaciones de salud pública. Los funcionarios públicos generalmente evitaron hablar sobre el asunto o pretendían que no existía. En cierto momento, quienes discutían públicamente el problema del virus, eran perseguidos. La falta de información dio lugar a que los rumores y la desinformación se extendieran velozmente. Por ejemplo, uno de los rumores sugería que la enfermedad era producto de un arma biológica lanzada desde un submarino alemán. Todavía más trágicos fueron los mitines o reuniones públicas organizadas para recabar fondos financieros para cubrir las obligaciones y adeudos de la guerra. Una de tales reuniones públicas masivas celebrada en Filadelfia, y muy a pesar de las advertencias de los médicos, culminó con la asistencia de más de 200,000 personas inundando las calles. Poco tiempo después, ocurrió el gran  desastre de salud pública, al propagarse el virus entre miles de personas por toda la ciudad y matando a centenares cada día. Los historiadores calculan que después de este evento, murieron más de 15,000 personas.

Respuestas adventistas.

¿Cómo reaccionaron los adventistas ante esta crisis de salud pública?

La pandemia de influenza 1918-1919, pasó por tres principales oleadas al irse asentando esta enfermedad. La segunda de estas tres fases se convirtió en la más mortal y llegó a su clímax justamente al tiempo en que la guerra se acercaba a su fin en octubre de 1918. Para este tiempo, los adventistas sabían que se encontraban en medio de una crisis. Las minutas de las juntas de iglesia indican ese hecho, La escuela adventista para niños indígenas americanos perdió a su maestro por razón de la “influenza española”. Los dirigentes de la iglesia crearon planes de contingencia en cuanto a los principales grandes eventos de la iglesia, incluyendo una conferencia bíblica antes programada; la cual, después de haberla pospuesto anteriormente por causa de la guerra, se volvió a posponer nuevamente para el verano de 1919. De la misma manera, los dirigentes de la iglesia hicieron planes de contingencia para el Concilio de Otoño de 1919 que se celebraría en el Sanatorio de Boulder-Colorado. A los administradores les preocupaba que no hubiera suficiente espacio por causa del alto número de pacientes, así que hicieron planes alternativos para celebrarla en la población vecina de Denver, en donde se contaba con buena transportación y alojamiento en hotel. No quisieron estorbar los esfuerzos de ayudar a los enfermos.2

Para el 11 de octubre de 1919 y mientras se estaba atravesando por la tercera oleada de la epidemia, los dirigentes de la Asociación General aprobaron una resolución titulada “Organizando a las iglesias para la labor de emergencia”. En ella se recomendaba que “en tiempos de epidemia o de otras serias emergencias de salud, las asociaciones deben hacer todo lo que sea posible para reanimar a nuestras iglesias y prepararlas para atender las necesidades de nuestra propia gente y prestar ayuda a otros, apelando a nuestros médicos y enfermeros que están disponibles, a que instruyan y dirijan tal labor . . . dado que la emergencia requiere que se preste atención pronta e indivisa, según la situación lo demanda”.3

 

Las precauciones tomadas en Seattle, Washington, durante la pandemia de “influenza española”, no permitían que nadie abordara el transporte público sin tener una mascarilla.

[/caption]Llamado a la acción

Uno de los llamados más emotivos a la acción, fue el que hizo W. A. Ruble, M.D., secretario de la Obra Médico Misionera de la Asociación General. Él reconoció que el mundo estaba “pasando a través de una de las pandemias más propagadas y devastadoras  . . . nunca jamás experimentadas”. Los adventistas no fueron inmunes a esta enfermedad y a pesar del llamado a cada profesional médico a ayudar, el sistema de atención médica estaba sobrecargado. El secretario advirtió contra la actitud de santurronería de algunos adventistas que citaban su inmunidad hacia esta enfermedad “como evidencia de su justicia propia, mientras que atribuían la desgracia de su hermano a su falta de fidelidad”, Tales personas no eran otras que los “fanáticos” de la reforma pro salud. El secretario Ruble advirtió también acerca de aquellos que  rápidamente saltaban a conclusiones, tales como que la pandemia era un “heraldo o señal del gran tiempo de angustia que vendrá en los últimos días”.

En vez de ello, el secretario Ruble instó a los adventistas a ver aquello como una oportunidad “para llevar el evangelio al mundo”. Mientras las iglesia y escuelas permanecían cerradas, los viajes se veían restringidos y se les negaba a los colportores el privilegio de vender libros, él desafíó a la iglesia con lo siguiente: “Después de la influenza, ¿qué? ¿Qué van a hacer los adventistas para estar listos para tales experiencias?” Instó a que mientras los hospitales estuvieran inundados de pacientes, cada hogar adventista se convirtiera en un centro de obra médico misionera, enseñando y ministrando en favor de otros.

“Durante esta epidemia” hizo notar, “cada adventista del séptimo día ha tenido diez veces más oportunidades de servicio que podría haber cumplido si hubiera estado listo para ellas. ¡Qué oportunidad para el esfuerzo misionero  y para practicar la religión pura y sin mancha de la que habla Santiago! Algunos, sin embargo, han tenido tanto miedo de contraer la enfermedad, que se han abstenido de ofrecer ayuda al angustiado. . . . En tales experiencias como por la que estamos pasando, se rompen las barreras sociales y profesionales”. Así que, ahora qué? “Que cada adventista del séptimo día se convierta en misionero médico”.4

Aplicación

Un ejemplo acerca de cómo respondieron los adventistas, ocurrió en el Seminario Teológico Hutchinson, en Minnesota. La mitad de sus 180 estudiantes fueron contagiados del virus. El seminario practicó el aislamiento propio, poniendo en cuarentena a los estudiantes que se iban enfermando, y enfocando su atención en fortalecer el sistema de inmunidad con una dieta saludable y fomentos colocados en el pecho y el abdomen. Después de que mejoraron los estudiantes y el personal, cada paciente permaneció en cuarentena durante cinco días adicionales para evitar la propagación de la enfermedad La escuela también tomó medidas para atender a la gente de la comunidad.

Al presente, los expertos saben que parte de lo que hizo tan mortífera la epidemia de aquella época, fue la respuesta arrolladora del sistema de inmunidad. Aun sin este conocimiento, los médicos misioneros hicieron lo mejor que pudieron para no permitir que la enfermedad les evitara ayudar a aquellos que les rodeaban.

Aunque la distancia social se ha estado practicando desde la antigüedad, parte de lo que hizo tan mortífera la así llamada “influenza española”, fue el temor que inspiraba, haciendo que la gente dejara de ayudar a otros que necesitaban desesperadamente alimentos y atención médica.

El distanciamiento social, juntamente con otros esfuerzos para practicar una buena higiene y la reforma de salud, contribuyeron en forma muy constructiva a ayudar a aliviar el sufrimiento durante la pandemia.5

Aunque los adventistas ciertamente no fueron del todo inmunes, aquellos que atendieron su consejo la pasaron generalmente mejor. Los adventistas publicaron varios artículos y un panfleto preparado para su circulación, intitulado Epidemias: Cómo Enfrentarlas. Este panfleto se convirtió rápidamente en un best seller, siendo que la gente de todo el país, incapaz se conseguir tratamiento médico, aprendió cómo aplicar en su casa hidroterapia y otras formas de tratamientos de salud para ayudar a la gente a recuperarse.

Los adventistas, conocidos ya para entonces como reformadores de salud, reconocieron en medio de la pandemia que tenían también la oportunidad de oro de alcanzar a aquellos que les rodeaban.6

Michael W. Campbell, Ph.D., presta sus servicios como profesor de religión en la Universidad Adventista Southwestern, en Keene, Texas.

Traducción – Gloria A Castrejón

 

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