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Hace unos días, me paré frente a un púlpito en Asia y pedí que contestaran levantando la mano: “¿Es el coronavirus una señal del fin?”

Todos los presentes menos una levantaron la mano. Felicité a esa persona por su valor en ser la única diferente. Le aseguré que tanto los que dicen que sí como los que dicen que no están en lo cierto. Los que dicen que sí están en lo cierto, pero no de la manera en que la mayoría de las personas piensa al considerar las señales bíblicas de los tiempos. Eso hace que los que dicen que no también estén en lo cierto.

En su sermón sobre las señales del fin, Jesús dijo que habría “guerras y rumores de guerras” y “hambres y terremotos en diferentes lugares. Pero todo esto es solo principio de dolores” (Mat. 24:6-8).1 Jesús no mencionó las plagas como una señal de los tiempos. Pero en el relato paralelo de Lucas, Jesús mencionó “grandes terremontos y, en diferentes lugares, hambres y pestilencias” (Luc. 21:11). Jesús siguió diciendo: “Pero antes de todas estas cosas os echarán mano, os perseguirán” (vers. 12).

Las pestilencias serán señales de los tiempos, pero solo cuando comience la persecución. El libro de Apocalipsis está lleno de “plagas”. Menciona “otra señal grande y admirable: siete ángeles con las siete plagas postreras” (Apoc. 15:1). La primera plaga es descrita con estas palabras: “Vino una úlcera maligna y pestilente sobre los hombres que tenían la marca de la bestia y que adoraban su imagen” (Apoc. 16:2). Por ello, parece ser que angustiarán al mundo más allá de sus límites en el mismo fin, hasta el punto que “habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá” (Mat. 24:21). El coronavirus no puede, hasta el momento, contar como una señal del fin.

Las plagas en la historia

Los registros históricos abundan de momentos de epidemia. La pandemia de la influenza de 1918 que se produjo hace más de cien años se cobró cincuenta millones de vidas justo hacia el fin de la Primera Guerra Mundial, que ya se había cobrado la vida de 17 millones de vidas. La plaga bubónica del siglo XIV decimó a Europa hasta el punto que entre el 50 y el 80 por ciento de la población fue aniquilada en cuestión de meses.

Por ello, aunque no podemos decir que el coronavirus cuenta como una señal del fin, eso no significa que las circunstancias que estamos enfrentando, y su impacto a largo plazo, no tendrá una cualidad apocalíptica o afectará el curso de la historia, quizá acelerándola hacia el cumplimiento de la profecía.

En efecto, la historia enseña que las plagas tuvieron un impacto significativo en el crecimiento del cristianismo en el siglo III. Una de las epidemias más virulentas, probablemente de viruela, afectó al Imperio Romano desde el año 249 al 262. Llegó a ser conocida como la Plaga de Cipriano, para conmemorar a San Cipriano, obispo de Cartago, quien, como testigo y escritor, describió la plaga.2 Causó amplios faltantes de mano de obra para la producción de alimentos y el Ejército Romano, lo que debilitó severamente al imperio.

En el pico del brote, se dice que en Roma morían cinco mil personas al día. Según el historiador Kyle Harper, ese período casi fue testigo del fin del Imperio Romano. Pero en esos dramáticos momentos, “la amenaza de muerte inminente por causa de la plaga y la convicción inquebrantable entre muchos de los clérigos cristianos ante ella ganó más conversos a la fe.

“Cipriano, en el calor de la persecución y la plaga, le rogó a su rebaño que mostrara amor por el enemigo. La compasión fue visible y significativa. La atención básica de los enfermos puede tener efectos masivos en los índices de mortalidad; con el Ébola, por ejemplo, la provisión de agua y alimentos podía reducir drásticamente la incidencia de muerte. La ética cristiana era una publicidad a viva voz de la fe. La iglesia era un puerto seguro en medio de la tormenta”.3

Esto hizo que el cristianismo creciera tanto que las religiones antiguas disminuyeran. El siglo II había sido un siglo de grandes construcciones de templos. Pero para “mediados del siglo III, estaban en ruinas por falta de reparación […] Para fines del siglo, templos que hasta hace poco habían sido incubadoras de las tradiciones de las religiones más antiguas de la raza humana fueron transformados en graneros militares. Ritos de imponderable antigüedad simplemente se desvanecieron […]. Se mida como se mida, la crisis del siglo III fue una catástrofe descontrolada para los cultos cívicos tradicionales”.4

Gracias a la respuesta cristiana a las plagas, el cristianismo creció en fortaleza numérica, de manera que, para fines del siglo, los emperadores trataron de controlar su crecimiento lanzando persecuciones crueles y sostenidas. Para comienzos del siglo IV, el Emperador Constantino decidió que era mejor unirse a la iglesia en lugar de luchar contra ella. El crecimiento posterior del cristianismo hasta alcanzar la preeminencia fue el resultado a largo plazo de ejercer una compasión y resiliencia extraordinarias durante tiempos de gran sufrimiento y adversidad.

Oportunidades de hacer crecer nuestra fe

¿Qué oportunidades se nos presentan a nosotros? Es quizá demasiado pronto para saber. El mundo aún está procurando entender la magnitud de la catástrofe que se ha cernido sobre nosotros. Llegará el día en que se desarrollarán vacunas y protocolos médicos al punto en que esta plata, al igual de las del pasado, desaparecerán.

Pero una cosa es cierta: el dolor económico que está trayendo obre nosotros hará que muchas personas se cuestionen las presuposiciones del materialismo de maneras que el mundo acaso nunca antes ha considerado. Cuando las cosas se ven sacudidas de tal manera en cuestión de unas pocas semanas, de manera que todo lo que dábamos por sentado queda en situación incierta —la salud, la libertad de movimiento, las leyes predecibles de la economía y el comercio, el empleo— el Espíritu Santo por cierto hallará mayor espacio para hablar a las conciencias de nuestros contemporáneos. ¿Cuál será nuestra respuesta?

Bueno, por un lado, necesitamos estar sobrios y considerar las consecuencias de lo que estamos presenciando: “Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado” (1 Ped. 1:13). La crisis del coronavirus y sus consecuencias podrían ser un ensayo que nos ayude a prepararnos para eventos que precederán a la venida del Señor.

Por otro lado, extraigamos seguridad de las promesas que Dios dio a sus hijos mediante su Palabra:

“El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: ‘Esperanza mía y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré’. Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora. Con sus plumas te cubrirá y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y protección es su verdad. No temerás al terror nocturno ni a la saeta que vuele de día, ni a la pestilencia que ande en la oscuridad, ni a mortandad que en medio del día destruya” (Sal. 91:1-6).

Con esa seguridad, ministremos al mundo que nos rodea de maneras que cambien el curso de la historia, como a menudo hicieron los cristianos del pasado.

Claude Richli es secretario asociado de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día.

Traducción de Marcos Paseggi

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