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La iglesia adventista Beryl en Dominica sigue cerrada después de que el huracán María destruyó el techo y comprometió la estructura. La iglesia tuvo que ser demolida y reconstruida. Gracias a Maranatha Volunteers International se están recolectando fondos para ayudar al proceso de reconstrucción en la isla. Imagen de Julie Lee/MVI

7 de marzo de 2018 | Roseville, California, Estados Unidos | Julie Z. Lee, Vicepresidenta de Promoción, Maranatha Volunteers International

El 18 de septiembre de 2017, el huracán María azotó Dominica y devastó todo a su paso. He aquí la historia de lo que sucedió, qué viene a continuación, y cómo usted puede ayudar por medio de Maranatha Volunteers International

Ella creyó que iba a morir.

Darnelle Celestine y su esposo estaban parados contra lo que quedaba de las paredes de su hogar. Sus hijas pequeñas se acurrucaban contra ellas, encogidas mientras la lluvia caía sobre sus cabezas y el agua les tapaba los tobillos. Escuchaban aterrorizadas como los feroces vientos del huracán María daban alaridos al atravesar la isla y partir la casa de ellas en dos.

“El viento siguió azotando la casa. Y el techo finalmente se perdió en medio del viento, y el cielo raso comenzó a caerse”, recuerda Celestine. “Entonces, las paredes comenzaron a caerse y el huracán se metió en la casa”.

Unas 28 iglesias adventistas de Dominica tendrán que ser reconstruidas después del huracán María. Imagen de Julie Lee/MVI

Los escombros comenzaron a arremolinarse dentro de la casa. Celestine miró como las cosas se azotaban unas con otras y contra las paredes y giraban en círculos alrededor de la estructura. Los niños comenzaron a llorar. Estaban fríos, empapados y exhaustos. Celestine sabía que lo que había quedado de la casa no duraría, de manera que ella y su esposo idearon un plan. Del otro lado de la calle, había un hospital, y esa era acaso su mejor oportunidad de supervivencia. Sin embargo, tenían que calcular bien el tiempo. Correr ciegamente hacia el huracán mientras volaban objetos de todo tipo era como suicidarse. Celestine y su esposo esperaron hasta que tormenta amainó un poco.

“Aún había mucho viento y lluvia, pero no teníamos opción. Determinamos que sería el único momento que tendríamos para dejar la casa. Así fue que corrimos, y oramos. Confiamos en que Dios nos ayudaría a llegar al hospital”, dice Celestine, que enseña en el Colegio Arthur Waldron, la única escuela secundaria adventista de Dominica.

Por lo general, el trayecto desde la casa al hospital lleva minutos. Pero esa noche, Celestine dice que la distancia le pareció interminable.

“Estaba oscuro. Teníamos la luz de los teléfonos celulares. Había muchos escombros en el patio, y tuvimos que trepar por encima del portón porque no podíamos abrirlo. También teníamos que mover un contenedor de 40 pies (13 metros). Teníamos que pasar a través de todos los escombros del suelo y los que nos rodeaban”.

Finalmente, la familia logró llegar al hospital y se apresuró a cruzar sus puertas. Al fin se sintieron seguros, y se quedaron allí hasta que la tormenta amainó. El sol se levantó en el nuevo día, y en una nueva Dominica.

La peor noche de nuestra vida

Después de perder todo en la tormenta, Darnelle Celestine está viviendo en una habitación del Colegio Arthur Waldron mientras enseña allí. Su familia se ha reubicado en Barbados; piensan regresar tal vez cuando Dominica está más estable. Imagen de Julie Lee/MVI

El fin de semana antes de que María azotara la isla, la gente fue advertida sobre la tormenta en curso. Llegaron al fin de semana pensando que un huracán de Categoría 2 se dirigía en su dirección. Más tarde, fue elevado a Categoría 5, el nivel más alto para un huracán y una manera de predecir una catástrofe potencial, pero para los inexperimentados seguía siendo tan solo un número. Después de todo, ¿qué era un cinco? ¿Cómo podría alguien haber entendido en verdad la monstruosidad de semejante tormenta?

El viento comenzó en la noche del lunes 18 de septiembre de 2017. Después de eso, jamás se detuvo. El huracán María se posó sobre Dominica, volviéndose más fuerte mientras avanzaba lentamente por los terrenos montañosos. La tormenta bramaba. Rugía. Era el sonido de las lluvias torrenciales y de vientos de 260 kilómetros por hora, que destrozó por completo el país. La tormenta partió árboles por la mitad y los arrancó de cuajo. Azotó las pequeñas casas, destruyendo el estuco, despedazando ventanas y arrancando puertas. Los techos de metal se pelaron como si uno abriera una lata de sopa, y entonces los revolearon por el cielo oscuro de la noche en láminas enmarañadas de metralla que fueron a posarse sobre las casas, los automóviles, los árboles, los ríos y los océanos.

La gente soportó esto durante horas, acurrucada en el lugar más seguro que pudieran encontrar. La gente dice que gritaba. Lloraba. Entonaba cánticos. Otros se sentaron en silencio. La mayoría oraba.

Cuando llegó la mañana, los dominiqueses salieron de sus refugios y se encontraron con un problema de naturaleza diferente. La destrucción era formidable. La isla, que tan solo horas antes había estado cubierta de verde follaje, estaba pelada y marrón. Edificios enteros habían volado por los aires. Los caminos estaban impasables por los escombros y el barro. No había electricidad.

Celestine recuerda que al día siguiente, los miembros daban vueltas por el vecindario.

“Bueno, primero regresamos a la casa, y era terrible”, dice Celestine. “Las cosas de la casa estaban en el camino y en el patio. Había ropas arriba de las vigas. Todo estaba…las paredes de nuestra habitación habían caído sobre las camas. Y las camas estaban aplastadas”.

Su voz baja de tono y sus ojos miran hacia abajo mientras hace una pausa.

“Fue terrible.”

La vida después del huracán María

En los días y semanas que siguieron al huracán María, las organizaciones de ayuda enviaron alimentos, agua, elementos de limpieza y toldos. Dado que en la isla no había quedado nada, todo tuvo que ser enviado por barco o avión. Equipos de obreros y voluntarios comenzaron la hercúlea tarea de despejar los árboles caídos y remover la basura. La gente parchó sus hogares o se reubicó con familiares y amigos.

Tiempo después, cuando algunas de las necesidades inmediatas fueron cubiertas, los líderes comenzaron a examinar cómo reconstruir.

La iglesia adventista Tarreau perdió todo en la tormenta, y todo lo que ha quedado son los cimientos. Ahora, se reúnen bajo un toldo para los cultos de cada semana. Imagen de Julie Lee/MVI

Esto incluyó la reconstrucción de las iglesias adventistas de la isla.

“El huracán nos dio un golpe tremendo. Tenemos 34 congregaciones en la isla. También tenemos cuatro escuelas. Veintiocho de nuestras iglesias han sido destruidas, ya sea porque perdieron por completo el techo o han sido aplastadas y destruidas totalmente por el huracán”, dice Felix Jack, que es secretario ministerial de la Iglesia Adventista en el Caribe Oriental.

Cuando toda una nación fue aplastada totalmente por una catástrofe natural, el estado de los templos podría parecer una preocupación secundaria y aun terciaria. Sin embargo, los líderes adventistas vieron que las personas necesitaban comunidad.

“Nos dimos cuenta de que había gran necesidad de unir a todos los miembros. Los necesitábamos para unirnos en oración. Necesitábamos reunirnos todos juntos para mostrar solidaridad y para mostrar apoyo”, dice Jack. “Diseñamos una estrategia de buscar lugares —lugares alternativos— para que la familia de la iglesia se reuniera y estuviera junta. En algunos lugares, tuvimos que organizar a las iglesias en grupos o células pequeñas, o en los hogares de individuos, para que tuvieran ese sentido de espiritualidad y camaradería y solidaridad mutua”.

Todos sabían que la solución era temporaria. En último término, Dominica necesitaba reconstruir las iglesias, y necesitaban ayuda para ello. Así fue que, en noviembre de 2017, la Iglesia Adventista de Interamérica, que representa a América Central, el Caribe y secciones de Sudamérica, le pidió ayuda a Maranatha en las regiones afectadas por el huracán Irma, que pasó por el Caribe en agosto, y por el huracán María.

“Hay una gran necesidad de reconstrucción en islas como Dominica, Barbuda, San Martín y las Islas Vírgenes de los Estados Unidos, y queremos traer a Maranatha para que vea hasta qué punto ellos pueden ayudar a reconstruir las propiedades y escuelas”, dijo el pastor Israel Leito, presidente de la Iglesia Adventista en Interamérica.

Después de la reunión y una visita inicial a las islas, Maranatha se comprometió a ayudar a Dominica, que es una de las zonas más afectadas por la tormenta. Esta será la segunda vez que Maranatha colabora con los esfuerzos de reconstrucción en Dominica. En la década de 1980, Maranatha ayudó a reconstruir escuelas y hogares después del huracán David, una mortífera tormenta que destruyó el país en 1979.

Casi cuatro décadas después, Maranatha está regresando. En diciembre de 2017 y enero de 2018, Maranatha fue a Dominica para evaluar la devastación y trazar un plan de acción.

“Nuestras iglesias en Dominica han sido pilares dentro de la sociedad, dentro de la comunidad. Hemos estado sirviendo a la comunidad, brindando un lugar de refugio, un lugar de adoración, un lugar donde la gente puede disfrutar de comunión. Un lugar donde podemos ministrar a nuestra sociedad. De manera que ya no contar con esas iglesias en la comunidad será una gran pérdida y una anomalía”, dice Jack.

Congregaciones sin lugar donde ir

Meses después del huracán María, la mayor parte de Dominica aún carece de energía eléctrica. Las calles están limpias de escombros, pero existe una cantidad de desmoronamientos de rocas y caminos destruidos. La gente ha organizado pilas de metales retorcidos para que sean llevados para reciclar. Casi cada hogar está cubierto con una luna azul, porque es difícil conseguir nuevos techos.

Miembros de la iglesia adventista Beryl se agolpan en la sala y el comedor del pastor local. Imagen de Julie Lee/MVI

En lo que respecta a las iglesias, la gente se las está arreglando con lo que tiene. En el caso de la congregación Beryl, esto significa apretujarse en el hogar del pastor. Desde el huracán, unas setenta personas han estado apiñándose en la sala y el comedor del pastor local. Las sillas llegan a la cocina, los pasillos, y afuera de las puertas de adelante y de atrás. Es muy incómodo, pero es la única opción que tienen. La iglesia Beryl, construida en 1988, ha desaparecido. Se encontraba en la cima de una colina en la región noreste de Dominica, mirando al Océano Atlántico. Su hermosa ubicación la dejó vulnerable a los vientos salvajes, y tres de las cuatro paredes de concreto se derribaron en medio de la noche.

Más hacia el norte se encuentra la comunidad de Woodford Hill. La iglesia del lugar perdió el techo, y la lluvia arruinó todo dentro del edificio, incluidos los equipos audiovisuales. En último término, el edificio quedó comprometido, y tiene que ser demolido. Cincuenta personas se reúnen cada semana en el sótano, donde el agua se cuela por el cielo raso y gotea sobre los miembros en medio del culto.

En el oeste, la iglesia Tarreau fue destruida por completo. Solo quedó una losa roja. La congregación ahora se reúne bajo un toldo. En el sur, la iglesia Boetica perdió dos paredes y todos sus bancos. La pequeña congregación se ha dispersado para reunirse en varios hogares. En el este, la iglesia de Carib Territory ha perdido el techo, las ventanas o las puertas. En el presente, el grupo se reúne en un espacio prestado, pero Lester Josech, pastor de la iglesia, espera que no sea por demasiado tiempo.

“Es por cierto muy importante tener una iglesia. Es donde las personas hallan alivio, en especial ahora… Es donde la gente halla valor para seguir adelante. Aun justo después del huracán, esta fue la primera iglesia en el distrito que comenzó a funcionar después de la tormenta”, dice Joseph. “La arreglamos colocando un toldo sobre la iglesia, pero hemos tenido muchas lluvias y viento, de manera que tuvimos que trasladarnos a un centro de salud. No tenemos dinero para reparar la iglesia, y estamos esperando que Dios nos muestre su favor”.

Historias como estas abundan, pero en este punto, Maranatha no puede ayudar a todos. Sin embargo, si la situación se ajusta a lo que Maranatha puede ofrecer, la obra comenzará este año. Ya hay un grupo de voluntarios que se espera comience a trabajar en la iglesia Beryl en mayo, y otros equipos se están preparando para ayudar.

Jesús es la esperanza

Patricia Honore posa en el medio de su iglesia, que fue destruida por el huracán. Ella dice que aunque los tiempos son duros, jamás se dará por vencida, porque “Dios estará allí para ayudar a su pueblo”. Imagen de Julie Lee/MVI

En los últimos dos años, Dominica ha estado pasando por un tiempo de tribulación, debido a catástrofes relacionadas con el clima. En agosto de 2015, la tormenta tropical Erica dejó caer, según se estima, unos 840 milímetros de lluvia sobre una tierra que ya estaba saturada por las lluvias previas. Después de eso, Dominica sufrió inundaciones y aludes catastróficos. Muchas personas perdieron la vida. Hasta que llegó el huracán María, era considerada la peor catástrofe natural de Dominica en décadas.

En el presente, Dominica enfrenta otra amenaza. La estación de los huracanes, que comienza en junio, se aproxima. Muchas familias y congregaciones no tendrán las estructuras reparadas para entonces, y el temor está haciendo que algunos se den por vencidos. La gente local dice que miles han dejado la isla para vivir en otro lado. La gente ha renunciado a vivir en el país.

Algunos adventistas con los que habló Maranatha opinan diferente. Ellos también sufrieron pérdidas, pero se aferran a una esperanza mayor que se encuentra en Cristo.

Patricia Honore es miembro de la iglesia de Woodford Hill. La noche del huracán, ella y su familia se estaban ocultando en una habitación de almacenamiento debajo de su casa. No tenía puerta sino solo una lona. Fueron azotados por la lluvia y el viento, y Patricia pasó la terrible noche aferrada a una viga de madera y cubriendo a sus pequeños nietos de la tormenta.

“De no haber sido por la oración, no habría sobrevivido. Oré toda la noche. Honestamente, nunca he orado con tanta fuerza en mi vida”, dice Honore. “Sobrevivimos esa noche por la misericordia de Dios”.

“Dominica sufrió un golpe real y realmente fuerte en este huracán, y mucha gente se ha ido como resultado de la experiencia traumática, de la conmoción. Es que uno no sabe qué hacer, a quién volverse”, dice Honore. “Aún estamos en un estado de conmoción. Pero solo esperamos recibir las fuerzas de parte de Dios para que podamos seguir adelante. Porque Dominica ahora no es un lugar cómodo en el cual estar [a menos que] uno tenga una relación con Cristo”.

Una gran parte de esa relación se construye y fortalece en la familia de su iglesia. El sábado, puede verse a Honore al frente de la Escuela Sabática y hablando desde el púlpito. Ella dice que los miembros están al tanto de los demás cuando se sienten desalentados o enfermos. La congregación también dedica tiempo para llegar a la comunidad, compartiendo impresos y orando con sus vecinos. Aun en los momentos difíciles, dice Honore, “la iglesia siempre coopera con lo que sea es necesario hacer”.

Los miembros de la iglesia de Woodford Hill se reúnen en el sótano del templo que fue dañado por la tormenta. La estructura deja pasar el agua por el cielo raso, que gotea sobre las personas que están abajo. Imagen de Julie Lee/MVI

Honore tiene esperanzas de que Maranatha pueda reconstruir Woodford Hill. Ahora está orando de que su propia casa, que fue dañada por la tormenta, sea arreglada, aunque no tiene ningún tipo de ingreso. No importa lo que suceda, dice que está agradecida por la vida y por la misericordia de Dios.

“Los tiempos en los que estamos viviendo son catastróficos. Jesucristo dijo que los últimos días serán peligrosos. Habrá tormentas, habrá terremotos, y sucederá toda clase de cosas”, dice Honore. “Pero cuando veamos estamos cosas, esos son los momentos en los que tenemos que mirar hacia arriba. No tenemos que desanimarnos. No tenemos que darnos por vencidos”.

“Dios estará allí para ayudar a su pueblo”, dice Honore. “Solo quiero animar a todos porque, no importa por lo que uno esté pasando, tenemos que seguir confiando en Dios. Él sabe lo que es mejor, y él se manifestará en el momento correcto”.

Celestine cuenta también con esta misma promesa.

En la primera mañana después del huracán, cuando Celestine vio lo que había quedado de su casa, supo que tenía que hallar un lugar seguro para su familia. Reunieron lo que pudieron de lo que había quedado, y entonces comenzaron a caminar. A su alrededor, vieron tal devastación y angustia. La gente estaba parada sobre los escombros, sin saber qué hacer.

Celestine tampoco sabía qué hacer. Dominica era una zona de catástrofe, y es algo que llevará meses reparar. Junto con otros miles, ella había perdido su hogar. Ella y su esposo guiaron a sus hijas por las calles destruidas, y terminaron en el lugar que sabían que siempre sería su hogar.

Su iglesia. Aún estaba de pie.

Traducción de Marcos Paseggi

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