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“Tengo que advertirle”, le dijo el medico del Hospital Adventista del Sureste a Ezequiel Pérez Góngora, que aparece en la foto. “Solo un milagro puede salvarlo”. Imagen de Andrew McChesney / Misión Adventista

15 de junio de 2017 | Tabasco, México | Por Ezequiel Pérez Góngora, según se lo contó a Andrew McChesney, Misión Adventista

Comencé a beber después de casarme a los 20 años, y entonces comencé a fumar. Pronto era un alcohólico y un fumador empedernido. Me encantaba asistir a fiestas.

Mi esposa fue bautizada después de asistir a reuniones de evangelización a cargo de un pastor llamado Richard Pérez, en una iglesia adventista cerca de mi hogar en el estado mexicano de Tabasco. Pero yo rechacé, en dos ocasiones, el bautismo.

Después de trece años, mi estilo de vida empezó a afectar mi cuerpo, y comencé a tener dolores terribles de espalda. Fui a un hospital cercano, donde me dieron un medicamento que no hizo ningún efecto. Al día siguiente, me dirigí al Hospital Adventista del Sureste. Los médicos me tomaron varias radiografías, me hicieron análisis de sangre y otros exámenes, pero no pudieron encontrar nada.

El dolor de mi espalda empeoró, y comencé a tener fiebre.

Cuando había estado internado por cuatro días, el capellán del hospital vino a verme. Era el pastor Richard Pérez. Me reconoció inmediatamente, y me saludó por nombre.

“Este es el momento en que usted necesita a Dios”, me dijo.

Tomó entonces su guitarra y entonó dos cánticos. Después de eso, me leyó la Biblia. En ese momento, me di cuenta de que Dios realmente me amaba.

Antes de irme de allí, el pastor pidió a las enfermeras que tuvieran un culto conmigo el sábado siguiente, cosa que ellas hicieron.

Me sentía muy mal. Los dolores eran intensos, y no me podían bajar la fiebre.

Al séptimo día, el médico vino a mi habitación con una expresión preocupada en el rostro. Me dijo que necesitaba hablar conmigo en privado, y le pidió a mi esposa que abandonara la habitación.

“Usted tiene todos los síntomas del sida,” dijo el médico. “Solo para confirmarlo, voy a hacerle un estudio”.

Después del estudio, el médico salió y mi esposa regresó. Me preguntó qué sucedía, pero no atiné a responderle. Yo mismo no estaba seguro. Sabía que había tenido una mala vida, y acaso esa era la razón de mi enfermedad.

Entonces recordé las palabras del pastor, que me había dicho: “Este es el momento en que usted necesita a Dios”.

Le pedí a mi esposa que saliera de la habitación porque quería orar. Oré y lloré. Le pedí a Dios que me diera otra oportunidad, y le pedí que me ayudara para que el examen de sida saliera negativo.

Después de un tiempo, el médico regresó a la habitación.

“Tengo buenas y malas noticias”, me dijo. “La buena noticia es que usted no tiene sida. La mala noticia es que no sé qué es lo que tiene”.

Otro examen reveló que tenía un derrame pleural, una acumulación de fluido entre los tejidos que rodean los pulmones y el pecho. El médico me insertó catéteres para drenar el fluido, y me dijo que en cinco días podría regresar a mi casa.

Después de cinco días, sin embargo, seguía sintiéndome muy mal, y exámenes subsiguientes detectaron un tumor.

“Tengo que advertirle”, dijo el médico, “que solo un milagro puede salvarlo”.

Se programó una cirugía de emergencia para el día siguiente. Volví a orar. Le rogué a Dios que me diera una chance de redimir mi malgastada vida.

Fui dejado en la sala de operaciones mientras aguardaba que comenzara a actuar la anestesia. Entonces oré: “Si me dejas vivir, me voy a bautizar y te voy a entregar mi vida”.

La cirugía duró seis horas. Cuando desperté, estaba de regreso en mi habitación. Mi esposa e hijas estaban esperando para conversar conmigo. Yo estaba convencido de que Dios me había dado otra oportunidad.

Después de 21 días, dejé finalmente el hospital. Tres semanas después de eso, la iglesia organizó otras reuniones de evangelización, y fui bautizado. Ahora trabajo como guardia de seguridad, y soy el jefe de diáconos de mi iglesia.

¡Alabado sea Dios por las segundas oportunidades! Tengo 34 años, y pienso servir a Dios por el resto de mi vida.

Traducción de Marcos Paseggi

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