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Leticia August, de 60 años, sentada frente a una iglesia adventista en Belmopán, la capital de Belice. Imagen de Andrew McChesney / Misión Adventista

21 de junio de 2017 | Andrew McChesney, Misión Adventista

El día más emocionante en la joven vida de Leticia August fue cuando su madre la envió desde Guatemala para vivir con su abuela en el vecino país de Belice.

Sus padres eran devotos guardadores del domingo, y Leticia estaba cansada de que le dijeran que no podía comportarse como las demás chicas.

“Cuando me mudé, me dije: ‘¡Ahora sí!’”, dijo Leticia.

Leticia comenzó a ir a los bailes y a las fiestas. Al fin se sentía libre. Pero casi cada día se preguntaba preocupada: “¿Y si me muero esta noche?”

Después de cierto tiempo, dos adventistas comenzaron a visitar el hogar de Leticia y a darle estudios bíblicos a su tío, que también vivía allí. Leticia, que tenía 17 años, escuchaba a escondidas desde su habitación y pensaba: “Eso no es lo que enseña la Biblia.” Los adventistas hablaban del don de lenguas y leían del libro de los Hechos, donde decía que cuando los discípulos predicaban, todos podían entenderlos en su propio idioma. Leticia había sido criada para creer que hablar en lenguas producía una jerigonza que nadie podía entender.

Finalmente, Leticia salió de su habitación y les dijo sin rodeos a los adventistas: “Lo que están enseñando no es correcto”.

Trató entonces de compartir lo que pensaba. En medio de la discusión, Leticia comenzó a estudiar la Biblia con los adventistas. Entonces comenzó a asistir a la iglesia, y decidió que quería ser bautizada.

Sus parientes, sin embargo, decían que la Iglesia Adventista era una secta, y le advirtieron: “Si tomas la decisión de bautizarte, olvídate que tienes una familia aquí”.

Su bautismo fue una real lucha, y el día de la ceremonia, no se presentó. Por el contrario, se fue de fiesta, y decidió que no se bautizaría.

“Pero el Señor no me dejó hasta que fui y solicitó el bautismo, y el pastor me dijo: ‘¿Estás segura?’”, relató. “Estaba segura, y a partir de ese momento hasta ahora estoy segura de haber tomado la decisión correcta. Alabado sea el Señor por su misericordia y por darme una segunda oportunidad”.

Los parientes de Leticia se pusieron furiosos con su decisión. La presionaron para que renunciara a sus creencias agregando puerco o grasa de puerco en la comida, para que no pudiera comerla. Leticia vivía comiendo galletas y leche gran parte de la semana. Solo comía bien los sábados, cuando los miembros de iglesia la invitaban a sus hogares.

“Allí es cuando aprendí que siempre se debería tener la puerta abierta para los miembros recién bautizados, porque uno nunca sabe lo que está sucediendo en sus vidas”, dijo Leticia. “Es necesario conocerlos y amarlos”.

Pronto Leticia regresó a Guatemala con su madre. Aun ese traslado fue bendecido por Dios, contó. Poco después de su llegada, conoció a su futuro esposo, y contrajeron matrimonio.

Leticia llegó a ser enfermera y junto con su esposo, estableció tres iglesias en Guatemala y Belice. Juntos, la pareja ha llevado a unas mil personas al bautismo.

El esposo de Leticia ya ha fallecido, pero a sus 60 años, ella sigue siendo una miembro activa de iglesia en Belice. En 2016, la reina Isabel II de Inglaterra la nombre Miembro de la Orden del Imperio Británico, en reconocimiento por sus tareas comunitarias.

“Alguien envió mi nombre”, dijo Leticia. “Pero lo que realmente me inspira para seguir adelante no es las condecoraciones de otras personas. Siempre imagino que Dios está diciendo: ‘Haz esto por mí’. Somos sus siervos. Él nos dice: ‘Hazlo’. Quiero escucharlo decir: ‘Bien hecho, buen siervo y fiel’”.

“Sé que Dios me llamó con un propósito”, dijo. “Han pasado 43 años desde que fui llamada a la iglesia, y su amor se hace más y más profundo cada día”.

Traducción de Marcos Paseggi

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